Editorial ABC
EE.UU., víctima de sus propias armas
Antes o después, la sociedad estadounidense tendrá que implantar mecanismos decontrol que limiten el acceso indiscriminadoa las armas
La masacre en la escuela de Parkland (Florida) ha reavivado el permanente debate sobre el control de armas en Estados Unidos. La libérrima circulación de armamento de toda clase -desde armas cortas a fusiles de asalto- ha encontrado en las redes el complemento perfecto para el exhibicionismo de los fanáticos de las balas y la pólvora. El asesino de Parkland, Nikolas Cruz, se pavoneó en webs y foros con imágenes que revelaban su obsesión por las armas de fuego. Cruz, como otros protagonistas de hechos similares, había sido expulsado de la escuela de Parkland y se vengó asesinando a diecisiete compañeros disparándolos a la puerta del centro tras hacer saltar las alarmas. De nuevo se trata de un asesino en serie que avisó de sus tendencias criminales y que nada ni nadie evitó que las consumara con otra masacre, que se suma a la larga lista de asaltos criminales a centros escolares.
Con cifras que superan los 30.000 muertos al año por tiroteos, antes o después la sociedad estadounidense tendrá que implantar mecanismos de control que limiten el acceso indiscriminado a las armas y que permitan retirarlas a quienes representan un peligro objetivo. Es evidente que la perspectiva europea hace difícilmente comprensible la amplia tolerancia hacia las armas que se muestra en la cultura de Estados Unidos. España es, en ese contexto europeo restrictivo, uno de los países con la normativa más eficaz en el control de armas de fuego. La identificación de la libertad individual con la libertad de portar armas, protegida constitucionalmente, ha hecho que esta arraigue entre los ciudadanos americanos como un signo de identidad nacional. Incluso las propuestas más críticas con la situación no se plantean una prohibición general, sino una restricción a determinado tipo de armamento y por determinadas personas. Barack Obama, con todo su respaldo social, internacional y mediático, no pudo, no supo o no quiso abordar este problema. El argumento propagandista de que estas masacres se habrían evitado si alguien hubiera disparado al asesino resulta falaz, porque mejor habría sido que Nikolas Cruz no hubiera accedido al fusil de asalto con el que asesinó a diecisiete compañeros. Esta vez fueron alumnos, pero en junio del año pasado las víctimas, no mortales, fueron congresistas republicanos; o fueron sesenta los asesinados mientras asistían en Las Vegas a un concierto en el mes de octubre. Así, una insoportable relación de masacres que emplaza a una sociedad moderna y democrática como la estadounidense a un esfuerzo para desanclar esta tradición del ciudadano armado de un estado de violencia permanente, inconcebible en la mayor democracia del mundo.