José María Carrascal

¡Es la educación, idiota!

José María Carrascal

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HABLAN de todo, menos de lo más importante. Actitud muy española, pues solemos preferir lo secundario a lo principal. Me refiero, como se habrán figurado, a nuestros líderes políticos, ya en campaña electoral pese a no haber empezado, demostrando que no respetan las normas que ellos mismo se han dado. Hablan de pactos, de debates, de programas, de lo que pasará el día 26, el 27, de todo menos de la educación, que es la base del resto, hasta el punto de que si Adam Smith escribiera hoy su libro sobre la riqueza de las naciones la pondría como su principal fuente, y Clinton chillaría al ayudante que le venía con la política: «¡Es la educación, idiota!».

Lo primero que hay que arreglar en España no es la Constitución, la justicia o la sanidad, sino la educación

Pero la educación es el punto débil de España, como es la clave de que Corea del Sur y Finlandia sean potencias económicas dentro de sus posibilidades, mientras los estudiantes españoles ocupan los últimos puestos en el informe PISA y nuestros empresarios y trabajadores, según un estudio de la OCDE, están, en preparación y rendimiento, detrás de todos sus colegas europeos excepto los griegos. Nada de extraño que a nuestra economía le cueste salir de la zona de peligro .

La razón es muy simple: la educación ha sido desde siempre en España una cuestión más política que formativa . Se incluye en la «guerra de culturas" o «religiones» que los países desarrollados dejaron atrás hace siglos. En nuestro caso, se agrava con los nacionalismos internos que hacen que dos y dos puedan ser cuatro, cinco o tres a un lado y otro del Ebro , en su curso alto o bajo. ¿Cómo van a formarse así chicos y chicas que tienen que manejar ordenadores, tabletas, móviles, cada vez más complejos, en un mundo virtual que abarca ya todas las actividades hasta el punto de que pronto para atender la caja de un supermercado o la recepción de un hotel se necesitará conocer los últimos programas informáticos?

La que tendría que ser la «generación más preparada de la historia» ha devenido, en su caso extremo, en «indignados», en «okupas» , en jóvenes que consideran que su papel en la vida es meterse en pisos o locales que no son suyos y dedicarse a hacer «talleres», «seminarios», «títeres» y cosas por el estilo. ¿Cómo va el Gobierno a generar así los fondos necesarios para pagar las pensiones , los hospitales, la administración, el paro, las carreteras, las escuelas, las universidades?; bueno, de estas pueden prescindir, vista la poca atención que les prestan. Y no digo nada si esas chicas y chicos llegan a regir una ciudad o autonomía, porque ¿cómo no van a ceder ante la exigencia de mantener a esos licenciados en fabulación, incluso cuando violan la ley y atacan a la Policía? ¿Con qué dinero podría funcionar el Estado si todos hiciéramos lo mismo? De ahí que lo primero que hay que arreglar en España no sea la Constitución, la justicia o la sanidad, sino la educación. Pero educación de verdad, no política. Cuentistas tenemos ya bastantes.

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