Editorial

Triunfalismo y ocultación

Sánchez peca tanto por exceso verbal como por defecto. Es mucho lo que calla y no responde. Desde el año pasado, cantar victoria ha sido su principal actividad, a menudo contraproducente

Pedro Sánchez en Palma de Mallorca EFE
Editorial ABC

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No es casual que Pedro Sánchez haga balance de su gestión en coincidencia con la publicación de datos y estadísticas oficiales capaces de aportar veracidad a su discurso triunfalista. Este martes fueron las cifras de empleo del mes de julio las que sirvieron de argumento a la comparecencia con que el presidente del Gobierno cerró su agenda de trabajo para marcharse de vacaciones. La recuperación del empleo o el crecimiento del PIB, logros que Sánchez se atribuyó como propios, no son sino la respuesta de un mercado que, en un acto reflejo, se libera de las restricciones y vuelve a recuperar el pulso perdido durante las fases más críticas de la pandemia. En cuanto a los hitos del proceso de vacunación, acelerado por la llegada de millones de nuevas dosis, el jefe del Ejecutivo pasa por alto el papel que juega la UE en la adquisición y distribución de los viales. Sin embargo, Pedro Sánchez peca tanto por exceso verbal como por defecto. Es mucho lo que calla y lo que no responde. Desde el año pasado, cantar victoria ha sido su principal actividad pública, a menudo contraproducente por generar un exceso de confianza que ha multiplicado los contagios y el cese de actividades. Se daba por hecho que el presidente del Gobierno glosase la excelencia de su gestión y que, a la vez, guardara silencio sobre las amenazas que condicionan el futuro de España, que le son muy próximas.

Pedro Sánchez no se atrevió a desautorizar a la ministra de Unidas Podemos que también, y con la excusa de señalar a Don Juan Carlos, cargó contra la Corona. Ni siquiera la insistencia de los periodistas convocados en Palma logró arrancarle el más mínimo reproche hacia sus socios de gabinete. «Lo que he dicho es lo que he dicho», señaló Sánchez, que reafirmó de memoria su compromiso con las instituciones constitucionales, en referencia al Rey, y aplaudió el compromiso de Don Felipe con la transparencia. Cohabitar en La Moncloa con una facción republicana que arremete de forma feroz y sistemática contra la monarquía parlamentaria es un problema que no existe para Sánchez, en cuya reciente crisis de gobierno ya dejó claro que los ministros de Unidas Podemos van por libre y son intocables. A la hora de brindar por el éxito de su gestión, tampoco existe para el jefe del Ejecutivo el desafío separatista. Las cesiones económicas a la Generalitat que empezaron el pasado lunes, con el desbloqueo de la inversión en el aeropuerto de El Prat, no son la consecuencia de un intercambio de votos por fondos, sino la ayuda solidaria del Estado a una región que según sus palabras se ha quedado atrás en el camino de la recuperación, sin que el separatismo haya intervenido jamás en un declive provocado por la huida de empresas e inversores. Ni siquiera la respuesta de Pere Aragonès a un desembolso cifrado en 1.700 millones de euros, y que para el presidente catalán no va a ser moneda de cambio para renunciar a la autodeterminación, intranquiliza a Sánchez.

La autocomplacencia del presidente del Gobierno quizá sea la mejor terapia para comenzar un periodo vacacional, pero la indiferencia resulta imperdonable en quien tiene tan altas funciones públicas en un país deprimido económicamente y fracturado por la acción de sus socios. Pedro Sánchez evita reprender a sus ministros en cuestiones capitales, hace la vista gorda con quienes le echan un pulso consentido al Estado, se agarra al crecimiento del PIB y del empleo para ocultar que la deuda y el déficit acechan en un horizonte cada vez más cercano y oculta que su triunfalismo sale a pagar, empezando por los impuestos.

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