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Triunfalismo prematuro contra un virus imprevisible

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Cuando la desescalada de la pandemia se acelera por conveniencia política y termina por convertirse en un libertinaje sin control, las consecuencias solo pueden ser preocupantes. Por dos veces el Gobierno ha dado por superada la enfermedad, y por dos veces la tozuda realidad le corrige. España parece haber iniciado una quinta ola de contagios en plena temporada veraniega, una vez que muchas autonomías se han visto desbordadas por la improvisación del Ministerio de Sanidad. Es cierto que la incidencia solo crece entre los más jóvenes, que los hospitales no se están resintiendo –esta es la mejor noticia–, y que las vacunas han permitido una alta inmunización entre los colectivos adultos y más vulnerables. Pero entre muchos jóvenes de varias autonomías la incidencia comienza a ser exponencial, y además es un colectivo muy voluble que no siempre atiende a las recomendaciones sanitarias. Fue el Gobierno el que presumió de relajar el uso de las mascarillas pese a diversas advertencias de que era prematuro. Ahora, empezamos a retomar términos –tasa de contagio, cierres perimetrales, restricciones al ocio...– que Pedro Sánchez había enterrado antes de tiempo. El exceso de triunfalismo contra un virus imprevisible no es nunca buen consejero.

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