Editorial
Retrasar la insolvencia, sin planes para evitarla
Las ayudas directas nunca llegaron, y fueron las moratorias, superpuestas a lo largo de la pandemia, lo único que contribuyó a retrasar la destrucción de empresas. El castillo de naipes cae ahora por su peso. Hasta el pasado noviembre, las declaraciones de insolvencia publicadas en el BOE aumentaron un 42 por ciento respecto al mismo periodo del año pasado, cuando la virtualidad de una política de excepción, como la que aún ampara los ERTE, permitió a cientos de pequeñas sociedades, víctimas del rigor de las restricciones decretadas por el equipo de Sánchez, aplazar su desaparición. Los reiterados cantos de victoria del Gobierno, mera propaganda con la que encubrir la frustración y el desastre, no han estado acompañados, como en el resto de Europa, de una relajación de las exigencias concursales y del apoyo financiero que necesitaban cientos de empresas, en su mayoría del sector servicios, para subsistir a un cierre y una parálisis que les fueron impuestos. Ya es tarde. Ya no existen.