Editorial
Los precios se desbocan en junio
La vicepresidenta Calviño puede permitirse un error en sus vaticinios sobre la inflación, pero la que no puede fallar es Lagarde, la presidenta del BCE, que parece instalada en la inacción
Tal como le ocurría al ministro Celestino Corbacho cuando anunciaba en los tiempos de Rodríguez Zapatero que el paro nunca llegaría a los tres millones de personas (¡y a los cuatro millones!) y la realidad lo contradecía en pocos meses, la vicepresidenta Nadia Calviño ha quedado en evidencia con sus vaticinios sobre la inflación. Ni ésta es un fenómeno transitorio ni había superado en marzo el pico de la misma como dijo ante el Cercle d'Economía. Según el indicador adelantado de junio, la presión alcista sobre los precios ha superado los dos digitos en tasa anual (10,2%) lo que supone la presión alcista más elevada sobre los precios desde 1985.
Resulta muy significativo que todo lo que está relacionado con el sector turístico, estratégico para nuestra economía, esté ahora mismo experimentando fuertes subidas de precio. Están los combustibles y alimentos, que han sido los impulsores históricos de la inflación, pero ahora se han sumado los incrementos en hoteles, cafés y restaurantes que se han hecho evidentes a medida que se acercaba el periodo vacacional.
Otra mala noticia es que la inflación subyacente, la que descuenta los precios más volátiles de energía y alimentos, ya está en el 5,5% en tasa anual, lo que augura que los efectos secundarios de esta lacra se extenderán por bastante más tiempo que el que pensaba la ministra y el propio Banco Central Europeo (BCE). La agudización de las alzas de precios hace sospechar que las medidas que el gobierno ha puesto en marcha, bajando impuestos e interviniendo los precios mediante subsidios directos, apenas están surtiendo efecto, algo que recuerda con fuerza lo ocurrido en la crisis de la década de 1970, cuando distintos países trataron de disimular el impacto inflacionario con medidas que simplemente despilfarraron recursos y postergaron el necesario ajuste. Una de las pocas cosas que entonces funcionó fue introducir más competencia en los mercados, pero eso lleva tiempo y dedicación.
Todas las miradas se dirigen ahora al BCE, cuya presidenta, Christine Lagarde, dijo el martes que hará «todo lo que sea necesario» para controlar la inflación. Sin embargo, no se sabe si realmente Lagarde se limita a gesticular, sin hacer nada eficaz que indique a los mercados que se desea erradicar el problema, o realmente tiene intenciones de actuar para enfriar los precios. Sus comentarios de ayer en un coloquio con sus homólogos del Banco de Inglaterra y la Reserva Federal de EE.UU., en los que señaló que «es improbable un regreso al entorno de baja inflación» como el que existía antes de la pandemia, son extraordinariamente preocupantes por dos motivos. Primero, porque muestran la generosa disposición de los directivos del BCE –que insistían machaconamente hasta septiembre pasado que la inflación sería transitoria–, de perdonarse a sí mismos sus errores de cálculo. Y, en segundo lugar, porque aunque no se pueda decir que el banco central carezca de una hoja de ruta en este asunto, es evidente que la adopción de medidas se está retrasando deliberamente por consideraciones que no acaban de ser explicitadas y empiezan a caber dudas sobre su independencia.
Es probable que Lagarde aspire a parecerse a su antecesor Mario Draghi, pero no pueda borrar de su cabeza la imagen de su compatriota Jean-Claude Trichet, cuya decisión de subir las tasas de interés en 2011, en medio de la crisis financiera, se consideró prematura y sólo acabó agravando los problemas. Esta vez Lagarde no puede fallar.