Editorial
PP, ahora a mirar al futuro
Si algo le ha sobrado al PP han sido conflictos cainitas, líos innecesarios y golpes de autoritarismo. Le han faltado cercanía con los distintos territorios y afinidad con su electorado
El PP cerró ayer definitivamente otra etapa de su reciente y convulsa historia, con la despedida oficial de Pablo Casado como presidente en la Junta Directiva Nacional y ante más de 400 cargos del partido, la inmensa mayoría de los cuales, por cierto, compartían esta salida forzada como única manera de sacar al PP de su marasmo. Mirar hacia el pasado ya no tiene demasiado sentido desde una perspectiva política. Sin Casado y sin García Egea como secretario general, solo queda que si alguna instancia administrativa, fiscal o judicial tiene que aclarar algo sobre el supuesto espionaje a Isabel Díaz Ayuso, o si tiene que dirimir algo vinculado al contrato con la Administración en la que figuraba su hermano como intermediario, que lo haga. Pero políticamente el PP entra en una nueva fase en la que la exigencia de unidad debe ser prioritaria frente al cainismo, sea quien sea su nuevo dirigente. Por eso fueron innecesarios el tono combativo y la dureza empleados ayer por Díaz Ayuso contra una dirección ya amortizada, lo que demuestra que hay heridas que van a seguir abiertas porque la presidenta madrileña considera cerradas en falso.
Todo apunta a que el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, será quien dé el paso adelante, ya que cuenta con el favor unánime del resto de barones del partido, y porque le avala una trayectoria de cuatro mayorías absolutas. Si surgiese algún otro candidato, a priori sus opciones ni siquiera llegarán a residuales. Feijóo no quiso a dar el paso definitivo para liderar el partido en 2018 para sustituir a Mariano Rajoy porque se negaba a enfrentarse en primarias a otros candidatos. En cambio, ahora existe una aclamación favorable a Feijóo porque hay una amplísima coincidencia entre el electorado en que parece ser la única solución factible para refundar el partido. De eso se trata: de refundarlo realmente, porque más allá de su sólida estructura autonómica y provincial, carecía de un liderazgo asentado y, por lo que se ha visto, mayoritariamente aceptado. Por sus reconocidos errores pidió ayer perdón Pablo Casado, quien se despidió de sus compañeros con total dignidad, pero también lamentando haberse sentido maltratado.
Al PP le toca mirar hacia adelante. Feijóo es garantía de un partido de centro derecha moderado, pero abierto a pactos, incluso con Vox, como se está demostrando en Castilla y León, donde el acuerdo entre ambos partidos parece inminente. Y si ese acuerdo no contase entre bambalinas con el visto bueno de Feijóo, Fernández Mañueco no iniciaría un nuevo frente conflictivo para el PP. Porque si algo le han sobrado al PP son conflictos, líos innecesarios y golpes de autoritarismo, mientras que le han faltado cercanía con los distintos territorios y más afinidad con la militancia y su propio electorado. Esos son los retos con los que tendrá que lidiar Feijóo si gana el congreso extraordinario. Es hora de que el PP se deje de oscuras maniobras de poder y venganzas personales porque si el PP necesitaba un cambio de equipos y liderazgos, España necesita un cambio de gobierno.