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Periodismo a la carta

Esta izquierda, y así lo demuestran tanto Sánchez como Iglesias, detesta a los periodistas libres porque solo quiere bolcheviques informativos. Los tics dictatoriales crecen

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La idea de la Secretaría de Estado de Comunicación de organizar reuniones informativas, seleccionando para ello exclusivamente a medios ideológicamente afines, no es un error de cálculo ni puede ser achacable a la mentira de que los protocolos anti-Covid impiden convocar a decenas de periodistas a la vez. En absoluto. Eso es un premeditado insulto a la inteligencia. Tampoco es un error atribuible al secretario de Estado de Comunicación, que a todos los efectos es un cargo perfectamente irrelevante en la toma de decisiones. El veto a medios de comunicación concretos y específicos, entre ellos ABC o la Cope por ejemplo, es una decisión política profundamente antidemocrática de la que solo tiene culpa el presidente del Gobierno. Los ejecutores de esa política no son estrategas de nada. Son solo sumisos cargos públicos pagados por todos los españoles, con un sueldo condicionado por la obediencia debida, y al servicio de un nuevo cesarismo contra libertades esenciales como las de información y expresión. El Gobierno no quiere una prensa libre, sino adeptos militantes de su causa que difundan exclusivamente lo que él quiere a mayor gloria de su gestión. Y no hay nada menos progresista, más reaccionario, y más despreciativo.

De su sectarismo ideológico poco más se puede decir a estas alturas. Sin embargo, esta exclusión de medios que no ven en Sánchez al líder mesiánico que ansía ser, y esta obsesión por no dar la cara y por convocar comparecencias sin preguntas para que nadie pueda fiscalizarle, es especialmente grave. Delata la farsa de su concepto real de la democracia porque en el fondo no está vetando a medios: está diciéndole a los millones de españoles que sí se informan a través de esa prensa crítica que no cuenta con ellos. Que los margina. Que los anula. Que le dan igual. Está diciéndoles que solo gobierna para media España porque la otra media, la que piensa de modo diferente a él, no existe.

Si la pretensión de Sánchez es resucitar aquel modelo periodístico catalán de editoriales únicos que se sometió voluntariamente a una doma por parte del independentismo, se equivoca en el empeño. Lo ocurrido demuestra que Moncloa tiene miedo. Miedo a preguntas que retraten sus incoherencias, miedo a no saber qué responder cuando le delatan sus mentiras propagandísticas, y sobre todo, miedo a la libertad frente al pensamiento monocolor. Es lo mismo que está ocurriendo en el Parlamento, donde el ninguneo a la oposición para burlar su labor forma parte de esa estrategia de cancelación de todo lo que suene a disidencia con el régimen autoritario que está imponiendo. Sencillamente, Sánchez está extendiendo su ‘chiringuito’ de favores a medios generosos con él para proteger su imagen a toda costa. Esta izquierda de exigencia militante, y así lo demuestra también Pablo Iglesias, detesta a los periodistas porque solo quiere bolcheviques informativos.

Pero es que además de ofrecer sospechosos tics dictatoriales, todo esto es tan absurdo como inocuo. Tratar de convencer de las bondades de tu Gobierno a los admiradores convencidos o ciegos no tiene lógica. Más rédito obtendría Sánchez si citando a sus reuniones clandestinas a algunos medios críticos, consiguiera persuadirles de que están en un error, o de que él siempre acierta porque es el auténtico salvavidas de Europa. Moncloa no quiere aclarar nada a los medios, sino adoctrinarlos para que actúen con obediencia lanar porque su objetivo real sigue siendo tensar y fracturar a la sociedad. Hasta la concepción misma de la propaganda política se está quedando obsoleta en ese mundo de maravillas sanchistas y acceso reservado al club de los ‘briefings’ selectivos de Moncloa.

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