Editorial
Pensiones, ruina y maquillaje
Tras anunciar el castigo a la generación del ‘baby boom’, Escrivá dijo ayer que «no me expresé bien o se me entendió mal». No es verdad. Se expresó perfectamente y se le entendió todo. No mentía
Cuando el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, dijo anteayer que los nacidos entre finales de los años cincuenta y mediados de los setenta, once millones de españoles de la conocida como generación del ‘baby boom’, trabajarán más años o cobrarán menos en sus pensiones, no mentía. Probablemente es la única verdad dicha con sinceridad por este Gobierno en meses. Lo que ocurre es que Escrivá ni siquiera se dio cuenta de que su anuncio era un torpedo en la línea de flotación de la agenda propagandística del Gobierno. Ser sincero no se estila ni renta en La Moncloa, y no calcular los efectos demoledores y las consecuencias sociales -y electorales- de semejante anuncio no forma parte de la estrategia de un ministro más técnico que político. Por eso fue forzado ayer por La Moncloa a rectificar y a afirmar que «no tuve mi mejor día», y a reconocer que matizaba lo afirmado -sin desdecirse ni retractarse- porque solo habló de un proyecto que está aún por definirse. «Probablemente no me expresé bien, o se me entendió mal», admitió ayer con tono compungido.
Sin embargo, no es cierto. Se expresó muy bien, con claridad meridiana, y se le entendió mejor. Se trataba solo de que no debía decirlo con esa crudeza porque el Gobierno se resiente, lo cual es peor. Si se tratase de la rectificación de un error cometido, sería comprensible. Pero tratar de edulcorar la realidad alegando que todo «aún está por definir» es solo aguar el vino y generar confusión. Es posible que administrativamente esté todo por decidirse, pero políticamente ya está todo decidido por la sencilla razón de que las cuentas no cuadran, que la Seguridad Social está en quiebra, y que el futuro de las pensiones sigue estando en el aire. Lo demás es engañar al ciudadano.
De nuevo emerge el Gobierno de los globos sonda equívocos, de los galimatías técnicos y de los parches, porque el ajuste -el recorte- va a llegar en cualquier caso. No hay más alternativa y conviene que el ciudadano próximo a jubilarse lo sepa a conciencia. Mientras tanto, el Gobierno ha optado por generar incertidumbre con terminología abstracta, casi incomprensible, al modo de la factura de la luz. Se promete una cosa, se maquilla lingüísticamente para que todo coincida con la corrección del ideario progresista, y después se hace otra distinta, que suele coincidir con un sablazo a los bolsillos. Sanchismo en estado puro. Eso es lo que está ocurriendo con el inexcrutable «mecanismo de equidad intergeneracional», una expresión de apariencia buenista que esconde la ruina de la Seguridad Social y que, a la vez, trata de no generar un alarmismo añadido.
Escrivá, como esos once millones de ciudadanos, saben que no hay marcha atrás. Que el Gobierno podrá encubrir sus decisiones con su demagogia habitual, pero el recorte va a ser innegociable porque objetivamente no hay en marcha ninguna reforma estructural, por más que lo exija la Unión Europea. O bien se trabajará más años, o bien se cobrará menos. O ambas cosas a la vez, y conviene estar concienciado para ello. España vive una crisis demográfica endémica, hay pocos nacimientos, y además la incorporación de los jóvenes al mercado laboral es mínima y muy precaria. Con estas premisas, es impensable pagar las pensiones que se pagan hoy, y es razonable una reforma porque no todo puede basarse en un endeudamiento continuo del Estado. Lo que sobran son las rectificaciones a medias para hipnotizar a la sociedad, como si no se palpase el bolsillo cada día.