Un pacto de prioridades

Si alguien no debe sacar ningún réditoa este enfrentamiento entre PP y Vox, ese es Pedro Sánchez, el auténtico masacrado junto a Ciudadanos

Editorial ABC

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El mapa de operaciones para la gobernabilidad en Castilla y León es el siguiente: el PP quiere un gobierno en solitario y minoría, con apoyo externo de Vox y sin coalición; el PSOE no se abstendrá en una hipotética investidura de Alfonso Fernández Mañueco para que PP y Vox se desgasten entre sí; y Vox a su vez ha afirmado por primera vez que quiere cogobernar al fin una autonomía, pero Génova se opone a esta opción. El fracaso de cualquiera de estas alternativas implicaría la celebración de elecciones de nuevo, por lo que en realidad el sistema de vetos y bloqueos que tantos desperfectos está causando a nuestra democracia sigue vigente. Ahora bien, de todas las soluciones a mano, solo surge la prioridad de que si alguien no debe sacar ningún rédito a este enfrentamiento entre PP y Vox, ese es Pedro Sánchez, el auténtico masacrado junto a Ciudadanos.

En efecto, a priori emerge como posibilidad la celebración de nuevos comicios por investidura fallida o imposible. Desde esta perspectiva, toca contemplar que el PP ceda y consienta la conformación de una coalición con Vox, pese a las reticencias previas, porque a fin de cuentas ni es un partido residual ni es inocuo que haya logrado ya la mitad de votos que el partido de Casado, todo un logro se examine como se examine. Lo relevante es conformar, y que se empiece a visualizar en el resto de España, una mayoría de derechas alternativa, realista y eficaz contra el sanchismo. Lo contrario sería tanto como regalar bazas al PSOE, un partido castigado en las urnas de forma sistemática, salvo en Cataluña. Este no es el escenario que maneja Génova. Preferiría un ‘gobierno a la Ayuso’, con apoyo imprescindible pero externo de Vox, por mucha espada de Damocles que ello representase, y por débil que fuese el ejecutivo de Mañueco. Pero eso no es lo que han votado los castellanoleoneses y la tarea esencial en interés de España es que Sánchez empiece a ser eliminado de ecuaciones parciales hasta desaparecer de la ecuación definitiva.

Una de las cosas que peor lleva la derecha, y en concreto el PP, es el temor a la estigmatización por parte de la izquierda. Esa inclinación por la corrección política del moderantismo buenista y esa obsesión por no ser tildados de ‘ultraderecha’, un mantra con el que la izquierda ha tenido logros desde el sectarismo ideológico y la manipulación de la historia. PP y Vox, unidos o por separado, son partidos infinitamente más legitimados para la representación popular que Bildu, o incluso ERC y Podemos. Y en cambio, a terroristas y golpistas se les dignifica sin rubor desde la izquierda y no ocurre nada. Sánchez es un maestro del pacto con la ultraizquierda. Siguiendo la retórica del argumento, ¿qué hay de malo en que el centroderecha pacte con una formación más a su derecha? Hay aspectos del discurso público de Vox difícilmente aceptables: su populismo antieuropeo, su alianza con países sin respeto por derechos fundamentales como la independencia judicial, su excesiva obsesión contra la inmigración, a menudo carente de matices en lo que atañe a los menas… Pero en las negociaciones políticas le basta con ser el eterno partido proscrito porque lo fácil desde la minoría es oponerse a todo y protestar. Igual ha llegado el momento de que empiece a ser juzgado no solo por mítines efectistas y exitosos, sino también por su gestión pública. Quizás el PP debiera meditar y permitirle entrar en la coalición. Arriesgar, porque consentir a Vox ser siempre el protagonista de la película sin asumir ningún papel principal ni responsabilidades no le va bien a Casado.

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