Editorial
Un pacto para ganar tiempo
La ‘mesa de diálogo’ ha sido solo la cobertura de un acto propagandístico que oculta a los españoles la auténtica agenda que estén pactando Sánchez y Aragonès para el futuro de Cataluña
Cuando Pedro Sánchez pidió este miércoles a los periodistas que acudieron a la Generalitat de Cataluña que se limitasen a interpretar su cita con Pere Aragonès como un gesto político para la historia, se delató, porque ese, el histórico, es el auténtico valor que quiso dar a su inauguración de la ‘mesa de diálogo’. Todo en este presidente del Gobierno está orientado a la magnificencia de sus récords. Si sube la luz, él es el justiciero social que somete a las eléctricas para ajustar la tarifa; si hay una pandemia, la vacunación se desarrolla mejor que en ningún país. Y si una parte de la nación quiere independizarse de España, solo él tiene la fórmula mágica para reconducir el desafío. De las palabras pronunciadas este miércoles por Sánchez, se desprende que su único interés es la escenificación estética de lo que en su día bautizó como «agenda del reencuentro», y aparecer como el único presidente de nuestra democracia capaz de resolver el chantaje secesionista desde el diálogo. Pero a efectos públicos, todo sigue siendo una pantomima. Nadie sabe realmente de qué hablaron, qué agenda real pactaron, ni los tiempos, ni qué orden del día tendrá la siguiente reunión, ni cuándo ocurrirá… Nada.
La ‘mesa del diálogo’ ha sido solo la cobertura de un acto propagandístico que oculta a los españoles el auténtico cuaderno de bitácora que hayan pactado en secreto Sánchez y Aragonés para sostenerse mutuamente en el poder, uno en Madrid y otro en Cataluña, sin desvirtuar los mensajes para sus respectivas parroquias, pero a la vez sin poner en riesgo la alianza que mantienen sellada PSOE y ERC. Por eso Sánchez insistió, incluso con gesto visiblemente molesto, en exigir que nadie le pida un calendario para ver resultados. «Dialogaremos sin prisa, sin pausa y sin plazos», dijo textualmente. La conclusión es que, de momento, Aragonès y Sánchez han acordado ganar tiempo. Y mientras tanto, los españoles deben contentarse con permanecer a oscuras y al margen de una negociación opaca, pero teniendo que dar valor a la cita, eso sí, por el mero hecho de haberse celebrado.
Si Sánchez insiste, como hizo de nuevo, en que no podrá haber un referéndum de autodeterminación ni una amnistía, y si Aragonès sostiene justo lo contrario, la lógica dice que la mesa debió quedar disuelta este miércoles mismo con un estruendoso fracaso. Y en sentido contrario, si la mesa y el diálogo van a continuar, y ese es el compromiso expreso de ambos, alguien miente. El llamamiento de Aragonès a la «unidad y la perseverancia» fue en ese sentido muy elocuente porque Sánchez y el presidente de la Generalitat han hecho suyo un objetivo común: rentabilizar juntos la fractura del independentismo en beneficio propio. Ese es de momento el único trasfondo de una negociación en la que Sánchez se reserva como un as en la manga la ampliación del aeropuerto de El Prat, que permanece encallada para indignación del empresariado catalán y de buena parte de su ciudadanía.
En lo demás, la gesticulación de la cita revela mucho de hasta dónde está dispuesto a ceder realmente Sánchez. Participó de una escenografía en la que se encontraban dos jefes de gobierno de igual a igual, lo hizo en el Palau de la Generalitat inclinándose ante la bandera de la comunidad autónoma como si fuese la de otra nación, y habló de «dos presidentes», como si se tratase de dos instancias al mismo nivel. En definitiva, una teatralidad digna del enésimo ‘photocall’ presidencial con el que el Gobierno dice a los españoles que son una mera comparsa y que, haga lo que haga Sánchez, hay que confiar en él porque eso es lo único provechoso para España.