Editorial

La obscena reaparición de Putin reafirma su crueldad

Vladímir Putin, durante la celebración de la anexión de Crimea AFP
Editorial ABC

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La obscena escenificación que ha hecho Vladímir Putin en Moscú para celebrar el octavo aniversario de la anexión de Crimea mientras arroja bombas contra Ucrania demuestra la catadura moral de un presidente capaz de poner al mundo en jaque, y de sonreír y jalear a sus ciudadanos a la vez que mata a mayores y niños a cambio de cumplir su utopía imperialista. Putin ha utilizado un estadio repleto de partidarios con banderas, música pop y estética de modernidad, muy a la americana incluso, para reclamar la legitimidad de las muertes que está causando. Ha sido más un acto de reivindicación personal, y de mensaje a la comunidad internacional para que se sepa que no va a ceder en Ucrania, que de celebración real de nada. Tan artificial e impostado fue el evento, que solo pareció un intento de encubrir las crecientes críticas internas en el seno de su país y el fracaso de su plan inicial, que no era sino tomar Ucrania en pocos días. Cada palabra de Putin solo escondió indignidad y crueldad.

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