Editorial
No es una crisis, son muchas
Sánchez tendría que destituir a casi todo el Gobierno cuanto antes y dejar de crear cortinas de humo para que se hable menos de la subida de la luz, los indultos o la rebelión autonómica
Cuando es el aparato de propaganda de La Moncloa el mismo que alienta los rumores sobre una crisis de Gobierno, conviene preguntarse por qué lo hace y no aceptar el señuelo sin más. Primero lo hizo la vicepresidenta Teresa Ribera dando pábulo a la idea de que Pedro Sánchez está en pleno proceso de reestructuración del gabinete. Después lo hizo La Moncloa con un comunicado remitido a la prensa a medianoche negando que vaya a ser inminente. El objetivo real no era desmentir la proliferación de informaciones periodísticas en ese sentido, sino alimentar las especulaciones. Jamás un Ejecutivo había negado oficialmente informaciones especulativas sobre una crisis de Gobierno, lo cual tiene un valor intrínseco: Moncloa necesita que se amplifique una ‘no noticia’.
Como primera providencia, Sánchez tendría que reformar el Gobierno de arriba abajo. Por ineficiente, por tener ministros ausentes en un limbo sin competencias reales, por mantener a otros que solo son demagogos profesionales, por el abrumador cúmulo de errores y negligencias cometidas, porque no pintamos nada en el panorama internacional y, en definitiva, por el desgaste irreversible de ministros determinantes en la gestión del país. El gabinete en pleno está achicharrado, y las técnicas de marketing con el ‘gobierno bonito’ han caducado. Sin embargo, y pese a haber también razones fundadas para un Ejecutivo con menos carteras, la razón última de esta crisis no confirmada es tratar de desviar la atención pública y mediática. Sánchez pretende crear una cortina de humo para que dejen de acaparar titulares los indultos, la subida de la luz, la lenta campaña de vacunación, la crisis diplomática con Marruecos, la rebelión autonómica contra Sanidad, o la incapacidad de Sánchez de cerrar acuerdos de Estado con el PP para renovar órganos constitucionales esenciales.
Todo apunta a otra maniobra de diseño de La Moncloa que acredita que la debacle electoral de Madrid y la crisis de credibilidad de Sánchez sí han hecho mella en sus expectativas demoscópicas. Y si, como se está elucubrando, también ampliase esa revolución a la dirección del PSOE, estaría reconociendo que existe un cambio de tendencia ideológica en España, y que el PP se está afianzando como alternativa real de gobierno. Realmente, los comicios de Madrid no eran un oasis en el desierto de la derecha, ni un resultado anecdótico y puntual en el paraíso del fascismo, sino un punto de inflexión política reflejo de un fracaso gubernamental masivo. Madrid no ha sido un espejismo local, sino el aldabonazo que ha situado a Sánchez ante el espejo de su descrédito.
Si Sánchez alienta la rumorología, es porque ha tomado conciencia de que necesita revertir el incipiente cambio de ciclo que se atisba mediante la reunificación de la derecha en torno al PP, el estancamiento de Vox y las carencias de Ciudadanos. Sánchez está perdiendo el pulso de la legislatura, y ahora se percibe con nitidez que le preocupa la inoperancia de su Gobierno. El Ejecutivo es una anomalía en sí mismo, un factor de caos total, y hace tiempo que ya ni siquiera es el reclamo estético de una izquierda ejemplar. Ningún español habla de 2050 salvo con sarcasmo, y el sablazo fiscal es una subida inédita de impuestos, y no una coartada buenista para ser mejores españoles. Sánchez sabe que se le deja de tomar en serio. Por eso quiere regalar un entretenimiento a los medios de comunicación y aparecer como el estadista preocupado que medita un Gobierno mejor. Pero su desgaste no desaparecerá por eso. Si no calibra la causa última de su deterioro, seguirá fracasando. Y toda España con él.