Editorial
Nicaragua, última frontera del totalitarismo
No habrá hoy observadores internacionales en Nicaragua porque no hay nada allí que observar, más allá de la siniestra farsa orquestada por Daniel Ortega y su esposa
No habrá hoy observadores internacionales en Nicaragua porque no hay nada allí que observar, más allá de la siniestra farsa orquestada por Daniel Ortega y su esposa -presidente y vicepresidenta de un régimen de partido único- para perpetuarse en un poder usurpado a la nación. Con la oposición perseguida, encarcelada o en el exilio, sin otra opción que votar a Ortega o significarse con la abstención, Nicaragua sella hoy en las urnas y de manera oficial el fin de la democracia para alinearse con Cuba y Venezuela. A diferencia de lo que sucedió con otras iniciativas diplomáticas, de las que se desmarcó de forma imprudente, el Gobierno de Pedro Sánchez suscribe la condena de Washington al totalitarismo de Managua, pero sus socios de coalición lo traicionan. Mantener como secretario de Estado al líder del PCE -partido que ha enviado a su presidente y a un dirigente a Nicaragua, de fiesta totalitaria- es suficiente para confirmar el doble juego de Sánchez en el terreno de las libertades.