Editorial

Moderación y responsabilidad

Sea cual sea el resultado de hoy, el PSOE está obligado, por pura responsabilidad social, no ya política, a bajar el tono y reflexionar sobre los verdaderos peligros que acechan a España

Editorial ABC

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Ni siquiera la exaltación y el enardecimiento de una contienda electoral pueden justificar la soflama con que Pedro Sánchez cerró el pasado domingo la campaña electoral madrileña, asegurando que una victoria de los partidos de centro-derecha representaría «el principio del fin de la democracia». Como secretario general del Partido Socialista, Sánchez dispone de un amplio margen de maniobra para sobreactuar y tocar a rebato ante las amenazas que, en defensa de los legítimos intereses de su formación, estime oportunas, pero como presidente del Gobierno de España tiene la responsabilidad institucional de no cuestionar nuestro sistema de libertades en función de un resultado electoral adverso y de la posible victoria de fuerzas que, ante todo, respetan y defienden el texto de la Constitución de 1978, circunstancia que precisamente las distingue de aquellas que conforman su denominada mayoría de progreso. No difiere mucho la reflexión del líder socialista sobre «el principio del fin de la democracia» con las de Pablo Iglesias, cuando siendo vicepresidente del Gobierno, hace solo unos meses, llegó a poner en duda la plena normalidad de la democracia española. Las dudas ofenden, más aún si son expuestas de forma interesada y partidista desde el propio poder ejecutivo de la nación.

En los últimos años, el sanchismo ha logrado neutralizar a Unidas Podemos y frenar su auge en las urnas, pero a costa de asimilar su radicalidad y su discurso frentista, a través de una desinhibida opa ideológica que ha convertido al PSOE en una versión aburguesada, presentable ante la opinión pública, del extremismo que encarna y despacha el partido de Pablo Iglesias. Incapaz de sacar rédito electoral de aquel centro político que reclamó y llegó a ocupar Ciudadanos en la escena parlamentaria, el PSOE de Pedro Sánchez ha emprendido un giro a la izquierda que no repara en gastos y costes para nuestro sistema de libertades. Si hay algo que lo ponga en riesgo es la irresponsabilidad del presidente del Gobierno para deslegitimar el juego democrático y lanzar una alerta -de corte antifascista, inspirada en el discurso de Pablo Iglesias que siguió a los últimos comicios andaluces- como la que cerró la campaña del candidato Ángel Gabilondo.

Sea cual sea el resultado de la jornada electoral de hoy, la izquierda que desde el arranque de la Transición y hasta la irrupción en la sede de Ferraz de José Luis Rodríguez Zapatero ha representado el Partido Socialista está obligada, por pura responsabilidad social, no ya política, a bajar el tono y reflexionar sobre los verdaderos peligros que acechan a España, que no son otros que los derivados de una pandemia que ha asolado nuestra economía y desembocado en la petición de ayuda financiera a nuestros socios comunitarios. Ya sea desde el poder regional, a través de una alianza con la extrema izquierda de Iglesias y Errejón, o desde la oposición, frente a un PP que como sucede en otras regiones de España pacta y puede pactar con Vox -sin que desaparezca la democracia, solo amenazada, y a cara descubierta, por los socios de Sánchez en el Congreso-, el socialismo tiene el reto moral y la obligación institucional, por su papel en el Gobierno de España, de identificar y combatir los auténticos riesgos que acechan a nuestra democracia. No los tiene muy lejos. Cerrada la campaña regional y abiertas las urnas, no es mal momento para repensar el modelo de convivencia por el que, no solo en Madrid, apuesta el PSOE.

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