EDITORIAL

Un modelo frente a Sánchez

Si el PSOE funcionase con la mitad de principios que el socialismo portugués que lidera António Costa, España estaría hablando de otras cifras económicas y de otras leyes en el Parlamento

Editorial ABC

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El triunfo incontestable del socialista António Costa en las elecciones de Portugal, que le garantiza continuar durante cuatro años más como primer ministro y con mayoría absoluta, no es fruto de ninguna casualidad, ni siquiera del desánimo de una derecha dividida. Más bien es fruto de una gestión eficiente de los recursos públicos en un país que hace apenas diez años estaba intervenido por los ‘hombres de negro’ de la UE, y de un concepto del socialismo completamente asimilable al de una auténtica democracia consolidada en Europa. Bien puede sostenerse que el modelo de Costa es la antítesis del de Pedro Sánchez y de su desvirtuado concepto de un socialismo reverente con el independentismo, con los chantajes nacionalistas e incluso con el blanqueo sistemático de partidos con antecedentes terroristas.

Los 117 escaños de Costa en un Parlamento de 230 diputados, unidos al fracaso de una derecha anclada en 71 escaños, y sobre todo al desplome de la extrema izquierda -equivalente a Unidas Podemos en España- ha convertido al socialismo portugués en una referencia digna de imitación, frente a la campaña de imagen con la que Pedro Sánchez pretende presentarse en Europa como el socio de referencia del alemán Olaf Scholz, y como el auténtico adalid de un nuevo socialismo basado en un progresismo de pandereta. Todo en boca de Sánchez -la digitalización, el feminismo, la transición ecológica, la política fiscal contra los ricos, o incluso la gestión de la pandemia- suenan a socialismo de salón. En cambio, Costa, un primer ministro sin alharacas, con capacidad de pactar con sentido de Estado y lógica comunitaria, se ha hecho un hueco en el prestigio político europeo. Si el PSOE funcionase con la mitad de principios que el socialismo portugués, España estaría hablando de otras cifras económicas, y de otras leyes en el Parlamento, no viciadas por tanto sectarismo ideológico y planteadas desde el bien común. Nunca nadie en el socialismo portugués tuvo la tentación de hundir a los autónomos y a las empresas en plena etapa de recesión inflacionaria; nunca nadie en el socialismo portugués cambió políticas nacionales por prebendas territoriales al separatismo; y nunca nadie validó a ningún partido hasta legitimarlo con la idea de hacer pasar por demócrata a quien es un antisistema destructivo. Por eso el socialismo del país vecino ha tumbado el simulacro podemita de su país, y por eso Sánchez sigue apareciendo como una marioneta en manos de partidos profundamente antipatriotas.

También merece una reflexión y una enseñanza lo ocurrido en la derecha. Los conservadores moderados han experimentado una dura fuga de votantes hacia un partido similar a Vox, algo con evidentes reminiscencias de lo que ocurre en España, lo cual ofrece una primera lección: la pérdida de la unidad de la derecha y su incapacidad para generar ilusión electoral solo alimentan a la izquierda. Y si además esta lo sabe aprovechar con inteligencia, el varapalo es doble. Es cierto que en España empieza a intuirse un incipiente cambio de ciclo político. Las elecciones en Castilla y León están llamadas a confirmar o no esa tendencia en favor del PP, e incluso de Vox. Lo que es indudable es que la línea de actuación emprendida por Sánchez y su empecinamiento en el error, en no respetar las reglas fiscales, en atacar al poder judicial, en castigar al empresariado, en someter a la clase media a base de hachazos fiscales continuos, e incluso a hablar mal de su país, como hace medio Gobierno de Unidas Podemos, deberían ser suficiente razón para que la derecha española dejase de caer en los errores que ha cometido la portuguesa. Costa lo ha conseguido por méritos propios.

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