EDITORIAL

Más cosmética contra el virus

Donde Darias dijo hace muchos meses que habría sonrisas en las calles, a partir de ahora volverán las mascarillas por decreto. El Gobierno vive en un permanente desmentido de sí mismo

Editorial ABC

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Al final, vuelta a la mascarilla en exteriores. Esta es la gran iniciativa del Gobierno -entiéndase la ironía- después de una artificiosa vigilia desde el domingo pasado, cuando anunció una urgente Conferencia de Presidentes autonómicos que se celebró este miércoles en el Senado. La propaganda pandémica del Gobierno alcanzó uno de sus registros más altos desde marzo de 2020, cuando España está atravesada por cancelaciones de encuentros, cenas y actos festivos; cuando las peticiones de los gobiernos autonómicos oscilan entre los cierres, los toques de queda, el cerrojazo nocturno y la reclamación de fondos; y cuando los ciudadanos son llamados a una tercera dosis de vacuna porque la variante ómicron se está aprovechando del debilitamiento inmunitario. Y cuando todo esto está pasando, Pedro Sánchez irrumpe vendiendo humo, porque si todo lo que tiene que ofrecer el Ejecutivo de un país en riesgo extremo o muy alto es la obligación del uso de mascarillas en la calle, es que España tiene un gobierno de figurantes todavía sin ideas realistas de lo que significa dirigir una situación de crisis.

El uso de mascarillas en la calle había quedado a la responsabilidad de los ciudadanos y una gran mayoría las mantenía por voluntad propia, pero no es la medida sanitaria que hacía falta para controlar la ola de ómicron. Un amplio sector de los especialistas en inmunología considera que esta medida es cosmética y poco eficaz porque el contagio al aire libre, mientras no se demuestre lo contrario, es una posibilidad reducida. Y más aún, cuando entra en contradicción con la decisión de que cualquier persona con contacto directo con algún positivo, deberá seguir sus rutinas como si nada ocurriese mientras esté vacunado y no presente síntomas. La decisión de Moncloa entraña una segunda contradicción porque si la mascarilla es obligatoria en la calle, lo lógico habría sido cerrar también cualquier actividad de restauración en interiores, donde necesariamente hay que quitársela para comer y beber. Pero Sánchez huye de tocar la actividad económica -y hace bien-, a cambio de una operación de maquillaje urbano y de contradicciones insalvables.

Donde la ministra de Sanidad, Carolina Darias, dijo que habría sonrisas en las calles, a partir de mañana volverá a haber mascarillas. Este gobierno vive en un permanente desmentido de sí mismo. Mañana dirán lo contrario de lo que digan este jueves, para acabar, por cierto, dando la razón a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Ni los vacunados con contacto estrecho se confinarán, ni se restringirá la actividad bares y restaurantes, ni habrá limitaciones a las libertades individuales. Primero lo dice Ayuso, a continuación la critican y, finalmente, la secundan. De lo importante, Sánchez no habla. No habla de una ley de pandemias que responda a las necesidades legales de las comunidades autónomas y del propio Estado central y deje en paz a los jueces. No habla de su responsabilidad política por dos estados de alarma inconstitucionales, que habrían tumbado a cualquier gobierno con un mínimo de autoestima democrática. No habla de un país en emergencia sanitaria desde hace dos años, escondiéndose tras ese conjuro llamado «cogobernanza», endoso de la crisis a las autonomías. Y no habla de un plan económico a gran escala para financiar sanidad pública, porque la vacunación masiva es condición necesaria, pero no suficiente para ganar al virus. España sigue teniendo el mismo mal gobierno que negó los riesgos en febrero de 2020, que un mes después permitió las manifestaciones del 8-M, que exhibió su autoritarismo con estados de alarma inconstitucionales, y que sigue llegando tarde a sus compromisos con la sociedad española.

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