Editorial
Maltratar a Cataluña
La carta de presentación de Pere Aragonès fue solo el cúmulo de mantras delirantes de siempre con los que el independentismo amenaza para mantener vivo su desafío al estado de derecho
El candidato de ERC a presidir la Generalitat, Pere Aragonès, no ha obtenido en la primera votación del Parlamento de Cataluña los votos necesarios para ser investido. La negativa de Junts, el partido que Carles Puigdemont maneja desde Bruselas mientras permanece fugado de la justicia, prolongará este proceso, como mínimo hasta el martes, quizá más, en medio de un juego de desplantes públicos y negociaciones de trastienda. Mientras tanto, Cataluña se sigue debatiendo en ese eterno juego de trileros de la política que manejan los tiempos a su antojo sin importarles en absoluto los ciudadanos catalanes que les votaron. En cualquier caso, salga adelante o no la investidura, haya Gobierno inminente o no, Cataluña quedará abocada a un nuevo periodo de inestabilidad que ningún catalán merece.
La carta de presentación de Aragonès fue ayer la cansina repetición del cúmulo de mantras delirantes con los que el independentismo pretende mantener vivo el pulso al Estado de Derecho, avivar un nuevo proceso separatista, y desafiar a las instituciones hasta tensionarlas al límite. Aragonès habló de «una Generalitat republicana que lleve al independentismo al corazón de La Moncloa», de «un compromiso infranqueable con la república catalana», y de un «acuerdo nacional para la amnistía (de los presos condenados por sedición) y la autodeterminación». No por conocida, la hoja de ruta deja de ser alarmante para la unidad de España. No les basta con dejar indefensos a los Mossos con tal de pactar el Gobierno autonómico con un partido antisistema y probatasuno como la CUP, ni con alentar la permanente fuga de empresas hacia otros lugares de España, ni con generar inseguridad jurídica y acentuar la quiebra institucional. La inmersión lingüística, ese instrumento con el que la Generalitat lleva décadas pervirtiendo el sistema educativo, generando odio a todo lo español, seguirá siendo el instrumento esencial del separatismo para su objetivo de ampliar su ‘base social’. Y, por supuesto, todo muy republicano, muy de izquierdas, muy social y muy antimonárquico. Un panorama idílico si de lo que se trata es de seguir arrastrando a Cataluña por el lodo de la indignidad política.
Allí donde el independentismo niega la democracia, la evidencia demuestra que es precisamente la democracia la que les permite lanzar amenazas como las de ayer. Por tanto, esa democracia cuya existencia niegan no solo existe, sino que además ampara ese tipo de mensajes. Algo muy serio, digno de autocrítica, le pasa a la sociedad catalana si su apuesta ciega sigue siendo un separatismo tan destructivo. En Cataluña no se aprueban leyes en interés de los catalanes, de sus negocios o de su salud, porque todo continúa viciado por un ansia de secesión. Todo su programa de gobernabilidad se sustenta en un concepto identitario de Cataluña frente a España, mientras unos delincuentes y unos huidos de los Tribunales manejan el destino de los catalanes desde la coacción, la conspiración política y la incitación al delito. O lo que es peor, desde la cárcel.
El constitucionalismo ha quedado lamentablemente arrasado en Cataluña, y la consecuencia directa es observar cómo el separatismo obsesivo se reparte el botín. Cs no puede cometer más errores por minuto, el PP es residual, Vox responde a un voto emocional sin capacidad de maniobra en el Parlamento catalán, y el PSC, con todo lo que Moncloa quiso que el ‘efecto Illa’ supusiera, va a quedar relegado a tener un papel testimonial. Una presidencia de ERC con el apoyo de Junts y de la CUP solo va a maltratar y a empobrecer más a Cataluña.