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El legado que cambió a la derecha

La herencia que Aznar dejó tras dos legislaturas consecutivas demuestra al actual PP que cualquier proceso de renovación pasa por tener claros unos principios irrenunciables

Editorial ABC

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El 3 de marzo se cumplirán veinticinco años desde la llegada del Partido Popular al poder por primera vez en España. La victoria de José María Aznar en 1996 frente a Felipe González supuso el punto final a más de tres legislaturas en las que, desde 1982, el PSOE había gobernado cómodamente. Hasta entonces, el centro-derecha heredero de la profunda crisis que hizo sucumbir a la UCD, y después al CDS, había permanecido en un continuo proceso de reorganización interna de la mano de Manuel Fraga. Fue en 1989 cuando el fundador de Alianza Popular dio el relevo a Aznar, y a partir de ese momento una derecha rejuvenecida supo articular un proyecto político alternativo y creíble frente al desgaste al que numerosos casos de corrupción habían sometido al PSOE. Diversos procesos judiciales contra los GAL, una corrupción sistémica en distintos organismos del Estado, y la condena por Filesa a miembros del partido por lo que hoy está tipificado como financiación ilegal, dieron al traste con el felipismo. No obstante, hubo más de mérito de una derecha reinventada por Aznar que de deméritos del PSOE. Sencillamente, González y un PSOE envuelto en pugnas cainitas dejaron de ser creíbles, y más aún en un contexto de crisis económica que permitió al PP sumar a sus postulados conservadores un exitoso concepto liberal de la economía. El resultado de aquellas elecciones de 1996 sirvió para premiar después a Aznar con una mayoría absoluta.

La agresiva reforma económica que permitió a España tener su tasa de paro más baja en democracia, unida a una llamativa expansión de nuestra economía y a una creciente influencia española en el ámbito internacional, especialmente en el eje atlántico, hizo de Aznar hace 25 años un referente en los países de nuestro entorno. Lo mismo ocurrió, por ejemplo, con la convicción de aquel Gobierno en la lucha contra ETA. Sus logros fueron innegables. Tanto como la reivindicación política, social, incluso emocional, del PP como un partido orgulloso de encarnar valores y principios propios de la derecha europea más clásica.

En el debe de aquella etapa está su modo de concluir con el desmembramiento del equipo de confianza inicial con el que contó Aznar. Rodrigo Rato, que después llegó a ser director gerente del Fondo Monetario Internacional, sigue a día de hoy inmerso en casos de enriquecimiento personal por los que acaba de salir de prisión. Francisco Álvarez Cascos, alter ego de Aznar en el partido, terminó dándose de baja y fundando otro partido. Y otros ministros, como Mariano Rajoy, por ejemplo, siguieron la estela de Aznar en primera fila política. La del PP en 1996 fue una etapa brillante que con los años concluyó en convulsión, cuando los atentados terroristas del 11-M de 2004 apearon al PP de La Moncloa. Después, la corrupción que ha afectado a exdirigentes del partido, en especial al que fuera su tesorero Luis Bárcenas, mantiene desolada a la formación política.

El legado que Aznar dejó tras dos legislaturas consecutivas demuestra al actual PP que cualquier proceso de renovación pasa por tener claros unos principios irrenunciables, una estrategia firme y no cambiante, una capacidad innegable de ilusionar a la sociedad, y un liderazgo interno sin fisuras. Aznar y Rajoy tardaron siete años en gobernar desde que accedieron a la presidencia del partido. Hoy los tiempos políticos han cambiado y probablemente Pablo Casado no tenga tanto margen. Pero la senda por la que el PP llegó al poder ahora hace veinticinco años fue el modelo a seguir.

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