Editorial
Firmes ante la provocación rusa
Europa tiene que ser capaz de mantenerse unida y asumir la responsabilidad que le corresponde en la defensa de su propia seguridad y de sus intereses estratégicos
Hay pocos argumentos razonables que podrían justificar el rumbo que ha emprendido Vladímir Putin, al poner al mundo ante una amenaza real de guerra a gran escala, cuando ningún país está poniendo en cuestión de ninguna manera la seguridad de Rusia. Ni Ucrania ha sido admitida en la OTAN ni la Alianza está preparando ninguna operación hostil hacia su país. Sin embargo, Putin no cesa de sumar provocaciones con la concentración masiva de tropas en las proximidades de la frontera con Ucrania y otros movimientos militares claramente intimidatorios hacia Occidente, de modo que no hay más remedio que reconocer que el Kremlin es muy eficaz a la hora de hacer que sus amenazas sean creíbles.
El presidente norteamericano, Joe Biden, tiene otras prioridades distintas y ahora se siente más amenazado por el auge imparable de China como nueva superpotencia que por los lamentos nostálgicos del régimen ruso, pero no tiene más remedio que intervenir precisamente para preservar su papel en el mundo. Afortunadamente ha abandonado la idea de ignorar los intereses de los europeos para tratar de llegar a un arreglo directamente con Moscú como quería Putin, lo que habría dejado a la UE en una posición de extrema vulnerabilidad. Al revés, es en este momento crucial en el que Europa tiene que ser capaz de mantenerse unida y asumir la responsabilidad que le corresponde en la defensa de su propia seguridad y de sus intereses estratégicos porque, para Europa, en esa crisis no se trata tanto de la defensa de Ucrania sino de su propia seguridad. En esos momentos, Putin está pidiendo que Occidente acepte amputar la soberanía de Ucrania, un país al que ya ha arrancado una parte de su territorio, y sería catastrófico que se le permitiese hacerlo porque no cabe duda de que ello abriría la puerta a nuevos chantajes.
Lamentablemente Europa no tiene todavía una estructura militar autónoma digna de ese nombre que pudiera estar a la altura del desafío que tiene que afrontar. Todos los que han estado remando en contra de la construcción de la Europa de la Defensa, invocando intereses nacionales, están recogiendo ahora la cosecha de su miopía estratégica. También los aliados del otro lado del Atlántico que tradicionalmente han puesto mala cara ante el desarrollo de una industria militar y una defensa propia de los europeos y solo se preocupaban de que pagásemos más en la OTAN, por no hablar de la desastrosa gestión de los asuntos rusos que vienen de la época de Obama, en la que la invasión de Ucrania no fue castigada adecuadamente y de la época de su sucesor Trump y sus extrañas conexiones con el Kremlin. Pero ahora no vale lamentarse de ello. La única posibilidad de evitar una guerra es que Occidente en general y Europa en particular sea capaz de convencer a Putin de que el precio que tendría que pagar sería demasiado alto y para ello hace falta una amenaza creíble de sanciones por un lado, mientras que por el otro no hay más remedio que prepararse para poder responder militarmente si Putin opta por el camino de la guerra.
El Gobierno actúa con responsabilidad al aumentar su apoyo al despliegue militar de la OTAN, adelantando la llegada a la zona de la fragata Blas de Lezo y abriendo la posibilidad de enviar cazas y otro soporte aéreo al flanco este de la Alianza. Todos los socios han de aportar y mostrarse solidarios ante tan abrasiva situación de tensión. Acierta el PP al apoyar ese despliegue y yerra de nuevo la parte comunista del Ejecutivo que ha puesto el grito en el cielo, movilizando en la crítica al Gobierno hasta a algún secretario de Estado, nueva prueba del desbarajuste que a las primeras de cambio surge en el gabinete.