EDITORIAL

La España de Rafa Nadal

Nadal representa una idea de España que merece la pena defender, la del esfuerzo y el aprecio por las cosas bien hechas, la del mérito y el sacrificio, la de la excelencia y la humildad

Editorial ABC

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A victoria de Rafael Nadal sobre el ruso Daniil Medvedev, en el Abierto de Australia, será recordada como una de las mayores gestas del deporte español, no solo del gran tenista balear. Sin embargo, el dramático desarrollo del encuentro no refleja toda la épica de la victoria de Nadal. Es cierto que se sobrepuso a un marcador de dos ‘sets’ a cero, cuando todo y todos lo daban por derrotado. Su fuerza mental, su resistencia frente a la adversidad y su férrea voluntad de ganar le dieron la victoria tras más de cinco horas y media de un partido intenso y angustioso. Lo extraordinario de esta victoria es que fue alcanzada después de una lesión que mantuvo a Rafa Nadal en la encrucijada de seguir su carrera o abandonar el tenis, con el desgaste mental y físico que estas incertidumbres y parones provocan en deportistas de élite, para quienes hallarse al cien por cien no es la meta, sino su punto de partida. Hace días, su sufrimiento frente al canadiense Denis Shapovalov, con un golpe de calor y fuertes dolores de estómago, fue la imagen de un luchador sin condiciones, de un deportista que prefiere la derrota a la rendición.

Conseguir veintiún triunfos en torneos del Grand Slam convierte a Rafa Nadal en el mejor tenista de la historia, aunque él mismo se encargó de rebajar el significado de este éxito en su carrera deportiva. Una vez más, Nadal ha sido capaz de encarnar unos valores que trascienden lo deportivo y escalan a la categoría de ejemplo social para todos, jóvenes y adultos, deportistas y no deportistas. La constancia y el esfuerzo, la resistencia y la voluntad, la perseverancia y el ánimo son los rasgos de una carrera deportiva en la que Nadal ha encajado victorias y derrotas con igual naturalidad, sin engreírse por las primeras y sin culpar a nadie más que a sí mismo por las segundas. Es la trayectoria de un deportista al que ya se puede considerar veterano, con condiciones para seguir compitiendo al más alto nivel, pero con un ritmo y una fuerza que, lógicamente, irán disminuyendo. Nadal es de esas personas que garantizan que su despedida, cuando llegue, será tan digna como su apogeo.

No es cuestión de caer en mensajes simples, pero Nadal representa una idea de España que merece la pena defender, la del esfuerzo y el aprecio por las cosas bien hechas, la del mérito y el sacrificio, la de la excelencia y la humildad. Quizá por eso hay quienes se sienten molestos por la figura de Rafa Nadal, ya sea limpiando de barro las calles de Sant Llorenç, tras las lluvias torrenciales de octubre de 2018, o felicitando la Navidad a las Fuerzas Armadas. Nadal encarna esas ideas que no se estilan en los nuevos planes de estudio de nuestros niños y jóvenes, recluidos en burbujas de comodidad que los engañan para la vida real, esa en la que hay que sudar, sufrir, perder y levantarse.

Ayer fue un gran día para España en Melbourne. El mejor deportista de nuestra historia dedicó más de cinco horas de su vida a demostrar cómo se puede encarar la adversidad. Como lo hacen a diario millones de personas anónimas en España de las que también hay que acordarse al celebrar las victorias de Nadal, porque son como Nadal, y mucho mejores, todos ellos, que los que nos invitan cada día, desde sus escaños, sus mítines y sus panfletos, a vivir en una España facilona, mediocre y acomodaticia. Mejor, la España de Nadal.

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