El ‘ejército’ privado de Putin
La ecuación entre el Kremlin y sus multimillonarios, en la que no falta la mafia, constituye otro frente de la guerra económica que Occidente debe mantener contra Putin
Además de chechenos y sirios, Vladímir Putin también tiene un ‘ejército’ privado de oligarcas con los que ha establecido desde hace años una política de intereses recíprocos que, ahora, con la invasión rusa de Ucrania, empieza a tambalearse. El clamor contra Putin está sirviendo también para desvelar las vergüenzas de una trama de multimillonarios crecidos a la sombra del Kremlin y a quienes los países europeos han tratado con exquisitos privilegios con forma de pasaporte y residencia express a cambio de inversiones. Con la desintegración de la Unión Soviética, ingentes recursos económicos quedaron como pasto de mafias y oportunistas, muchos de los cuales supieron ver a tiempo los dividendos que obtendrían si, en vez de empresarios, se convertían en testaferros del poder. Putin también fue consciente de esta oportunidad y aplicó, especialmente en el sector de la energía, una política de control férreo a través de oligarcas de su máxima confianza. Riquezas obscenas para ellos, a cambio de propiciar el poder totalitario y expansionista para Putin.
Esta ecuación entre el Kremlin y sus multimillonarios, en la que no falta la mafia, constituye otro frente de la guerra económica que Occidente debe mantener contra Putin. Como todo dictador, el líder ruso concitará lealtad en la medida en que garantice beneficio. Mucho oligarca hacía grandes alardes de patriotismo ruso, pero corría a establecerse en Londres o atracar sus megayates en la Costa Azul. Así resulta más llevadero hacerle el juego a Putin. Pero los secuaces de Putin deben perder su escenario de confort en los países occidentales, no como represalia inicua, sino como consecuencia de una guerra ilegítima que el Gobierno ruso está financiando con los fondos que esos oligarcas le han ido procurando desde hace años. Los países occidentales deben quebrar las lealtades de cuenta corriente que Putin ha ido construyendo para afianzar su plan imperialista y su poder totalitario. El caso del excanciller Gerhard Schröder, lobista de la empresa rusa Gazprom, es un ejemplo del efecto tóxico que tiene esta táctica de Putin. Además, no se trata solo de relaciones comerciales de dudosa o nula ética, sino de tramas que están conectadas en mayor o menor medida con organizaciones mafiosas, dedicadas al blanqueo de capitales, entre otras actividades delictivas. La Justicia española conoce bien el funcionamiento de estos grupos criminales rusos, porque han sido investigados y desarticulados en diversas operaciones dirigidas desde la Audiencia Nacional. Fue en el marco de un proceso penal en este tribunal donde se oyó la palabra ‘putinskaya’, con la que su autor se refería a la trama de intereses y poder que había creado Vladímir Putin para devolver a Rusia su esplendor imperial a través de una estrategia económica muy agresiva y sumisa.
Cuando se afirma que nada volverá a ser igual tras la invasión criminal de Ucrania por Rusia, debe incluirse la erradicación de la complacencia -cercana a la complicidad en algunos casos- con la que los países europeos han secundado la expansión silente de la oligarquía rusa vinculada a Putin. Como en tantas otras cosas, nadie puede sentirse sorprendido por la existencia de esta guardia personal de multimillonarios de Putin. Las duras medidas de sanción económica impuestas a sus patrimonios y negocios deberían ser motivo para que se planteen hasta qué punto merece la pena perderlo todo -absolutamente todo- por quien, antes o después, acabará siendo el paria internacional que anunció Joe Biden. Y, en todo caso, hoy ya es un criminal de guerra. Los oligarcas también pueden poner de su parte para acabar con la guerra en Ucrania.