Editorial

Contra la violencia y el odio

La izquierda convierte cada campaña electoral en un ejercicio de cainismo ideológico y revanchista, en el que el radical agresor es el garante de las libertades, y el agredido, el fascista

Editorial ABC

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Presentar la violencia como una herramienta legitimadora de unas ideologías en detrimento de otras no es solo una burla al sentido común, sino una peligrosa estrategia política de nefastas consecuencias. Nuestra historia tiene antecedentes sobrados, tantos como para haber aprendido hace mucho tiempo de ellos y del daño que hacen a la democracia. Cada vez que arranca un proceso electoral, la izquierda más radical resucita el guerracivilismo como fórmula para lograr votos. Primero, agita a sus votantes con mensajes falsos sobre un pretendido fascismo renacido en España, cuando en realidad el votante mayoritario de la derecha es moderado y constitucionalista. Después, se genera el caldo de cultivo mediático-social oportuno para la agitación callejera y se normaliza la doble vara de medir ideológicamente al votante. Y finalmente, se ejecuta una estrategia borroka de acoso al conservador identificándolo con una amenaza para la democracia, a la par que se blanquea al izquierdista como el pulcro garante de la esencia de las libertades. Podemos, Mas País, o el propio Partido Socialista, lo han hecho incluso con terroristas como Arnaldo Otegui. De este modo, la izquierda siempre lucha frente a una amenaza ultraconservadora contra la democracia, y para ello utiliza, justifica y ampara estrategias de campaña equiparables incluso con la guerrilla urbana, como si la normalización de la violencia fuese una exigencia moral irreprochable. Todo es útil si le sirve para criminalizar a la derecha y a sus votantes sin distinción, sin matices y sin escrúpulos.

El enrarecimiento de cada campaña se ha convertido en sistémico. Todas tienen ya un tono de revanchismo cainita basado además en una inmensa mentira. Pero hasta en la prostitución del lenguaje la izquierda radical ha pervertido la política, y con ella, nuestra convivencia. Cada partido tendrá que asumir las consecuencias, especialmente el PSOE, porque de nada sirve que unos ministros de su Gobierno respalden a la Policía frente a las agresiones que sufre, y otros la maltraten por hacer cumplir la ley. España es el único país del mundo en el que la mitad de una coalición desprecia a la misma Policía que cumple órdenes de su propio Gobierno. La contradicción resulta delirante, más aún cuando es el PSOE quien suscribió el pasado 7 de abril un comunicado conjunto con Más Madrid y Podemos en el que decían «denunciar la provocación de Vox en Vallecas». Es insólito que el PSOE tilde de provocador a un partido con la misma legitimidad, autoridad moral y aval democrático que él para celebrar sus mítines en libertad, y allá donde les plazca. El doble rasero de la izquierda se hace así insoportable, más aún cuando recientemente Pedro Sánchez agradeció textualmente a Vox y a Santiago Abascal su «sentido del Estado» por permitirle aprobar el decreto de los fondos europeos.

Con su metalenguaje y su sectarismo, la izquierda también pretende adueñarse físicamente de territorios en los que se ha arrogado el falso derecho a expulsar de ellos a quien considere oportuno. Es la estrategia de la fobia y el rencor elevado a la enésima potencia, pero Podemos o el PSOE no son nadie para repartir credenciales de legitimidad. No hay nada peor que invocar la libertad negándosela a los demás de manera excluyente y dictatorial, y menos aún si incitan a la violencia, la amparan o la justifican. En España solo la izquierda incendia las calles. Eso no es opinión. Es un dato. Y eso no es libertad. Es odio.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación