Editorial
Las coartadas de Sánchez
La culpa fue de la pandemia, primero, y de Vladímir Putin, ahora. Con ambos pretextos, Sánchez quiere acallar al PP y exigirle la lealtad que no tiene siquiera en su propio equipo
Aunque el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se indigne -o se haga el indignado- cuando lo oye, es un hecho que siempre tiene a mano una tragedia como explicación de las graves dificultades económicas por las que atraviesan las familias españolas. Cuando lo dijo ayer, la portavoz del Partido Popular en el Congreso, Cuca Gamarra, se limitó a señalar el argumento preferido de Sánchez para eximirse de sus responsabilidades políticas por la inflación y el descontrol de precios: la culpa fue de la pandemia, primero, y de Vladímir Putin, ahora. Y con ambos pretextos Pedro Sánchez siempre quiere acallar al Partido Popular y exigirle la lealtad que no tiene siquiera en su propio equipo, con una ministra que no duda en llamar al PSOE «partido de la guerra», aunque luego Unidas Podemos pretenda cobardemente desdecirse del claro mensaje ofensivo de estas palabras.
En efecto, Sánchez preside un Ejecutivo que siempre busca un burladero para excusar su falta de aptitud para gobernar. El enemigo exterior, sea un virus o sea Rusia, funciona como relato alternativo a su responsabilidad política. Sin embargo, la inflación, la crisis energética y el crecimiento de la deuda pública y del déficit se corresponden, antes que con cualquier explicación oportunista, con una política económica secuestrada por los peajes que impone la coalición con comunistas y a la falta de un proyecto político general. La pandemia del Covid-19 y la invasión de Ucrania por Rusia son acelerantes o agravantes de unas crisis cuyas causas originales ya estaban puestas en el escenario económico nacional. Por eso, Sánchez corre a ofenderse cuando se le recuerda la obviedad de que otros gobiernos también han gestionado la misma crisis sanitaria y están gestionando la misma crisis militar sin un balance tan negativo como el suyo. Por eso no se explica que, a renglón seguido de que el presidente del Gobierno anuncie tiempos difíciles para la economía española, la ministra de Igualdad, Irene Montero, se jacte de una inversión de 20.000 millones en planes de inclusión y feminismo. O la situación no está tan mal y permite un dispendio de esta envergadura, o Montero le siega la hierba a Sánchez bajo sus pies con un discurso de gasto incompatible con los anuncios sombríos del presidente del Gobierno.
Además, Sánchez empieza a saturar con la manipulación antidemocrática que aplica a estas tragedias. Ni la pandemia ni la guerra en Ucrania son situaciones que anulen la obligación del Partido Popular de exigir cuentas al Gobierno y de controlar su acción política en el Parlamento. La democracia no se suspende al gusto del presidente Sánchez, y cuando ha hecho algo similar, el Tribunal Constitucional se lo ha reprochado con la nulidad de dos estados de alarma y de un cerrojazo a las Cortes con la excusa de la pandemia. Si con algo contó Sánchez en 2020 fue con el apoyo de los populares para sus estados de alarma; y si con algo ha vuelto a contar ahora es con el apoyo del PP a la posición del Gobierno frente a Rusia, lo que no puede decir Sánchez siquiera de algunos de sus ministros.
El Ejecutivo siempre busca el silencio de la oposición, y si no lo consigue no duda en deslegitimarla con argumentos de sesgo populista y antiparlamentario. Y mientras Sánchez desvía la atención con su fina sensibilidad por las críticas del PP, la inflación campa a sus anchas, la luz sigue disparada y a las familias españolas se les piden nuevos sacrificios, pero que no le falten 20.000 millones de euros al feminismo frentista y divisivo de las ministras de Unidas Podemos.