Cataluña alarga el esperpento

Que un líder, Junqueras, quiera gobernar desde prisión, y el otro, Puigdemont, desde su huida en Bruselas, lo dice todo de la metástasis catalana

Editorial ABC

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Las rencillas internas del independentismo catalán propiciaron hoy que fracasase el segundo intento de ERC por investir presidente de la Generalitat a Pere Aragonés. Junts, el partido del prófugo Carles Puigdemont, votó en contra, y la posibilidad de que el PSC se pudiese abstener para facilitar la gobernabilidad no se produjo. Ahora se abrirá un periodo inestable de dos meses en los que el separatismo tendrá que decidir si en última instancia forma gobierno o si, por el contrario, se repiten las elecciones. En cualquier caso, el proceso es fallido. Se trataba de gestionar la miseria del proceso rupturista promovido en 2017, y ni siquiera de eso han sido capaces Puigdemont desde Bruselas y Oriol Junqueras desde la cárcel. No deja de ser una buena noticia para la unidad de España que el secesionismo se agriete, pero es una mala noticia para los catalanes que se perpetúe tanta indignidad política. En Cataluña no se aprueban leyes y a duras penas se gestiona el día a día de sus ciudadanos gracias al rescate económico que le deben al Gobierno y, por tanto, al resto de los españoles. Pero la burbuja ideológica del separatismo, el afán identitario y la necesidad de seguir pedaleando en dirección contraria a la que señala el sentido común frente a la pulsión sentimental se siguen imponiendo como una dramática prioridad. Cataluña se empobrece por semanas y nadie parece capaz de reconducir una situación viciada que quedó puesta de manifiesto en las urnas en forma de abstención, hastío y apatía.

El soberanismo catalán es hoy un esperpento ajeno a la pandemia, ajeno a la recesión y ajeno a las leyes que, de un modo u otro, terminan dando en la cárcel con quienes vulneran el Código Penal. Es muy propio del separatismo agotar los plazos legales hasta el límite y embarrar todo lo posible el juego político. En el fondo, no se trata tanto de resolver discrepancias sobre una estrategia común hacia el pretendido derecho de autodeterminación, hacia una supuesta república catalana o hacia una ley de amnistía que permita impunidad absoluta a los delincuentes. Esa coartada para usurpar las institucoiones la tienen clara. En realidad, se trata de superar, y no consiguen hacerlo, serias incompatibilidades personales derivadas de rencores mutuos y odios acérrimos. En el botín del separatismo imperan el reparto de cargos y prebendas, la capacidad de vetarse mutuamente iniciativas conjuntas en una competición para demostrar quién es más rupturista, y el liderazgo real del Gobierno catalán. Impera el poder, en definitiva. Pero que un líder, el de ERC, esté en prisión, y el otro, el de Junts, huido en Bruselas queriendo gobernar a distancia, lo dice todo de esta metástasis.

No obstante, las relaciones entre el independentismo, especialmente ERC, y el Gobierno de Pedro Sánchez no atraviesan por su mejor momento. Pere Aragonés quedó hoy humillado por Junts, pero también su fallido intento de investidura condicionará la salud de la legislatura a nivel nacional. Del resultado de las elecciones en Madrid el próximo 4 de mayo, un auténtico plebiscito para Pedro Sánchez, dependerá la estrategia que pueda adoptar el separatismo catalán en el futuro. De momento, ERC y Junts perciben en Sánchez sus primeros indicios de debilidad, y Puigdemont quiere ganar tiempo para observar la evolución del Ejecutivo de coalición de La Moncloa. De cualquier modo, ERC no va a tener fácil su objetivo de gobernar si Puigdemont se lo impide, y de momento es lo que está haciendo. No hay gobierno en Cataluña. Hay desgobierno.

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