EDITORIAL
El Brexit era esto
Por más que Boris Johnson insista en lo contrario, la crisis de abastecimiento del Reino Unido tiene mucho que ver con la imprevisión, el fracaso del Brexit y el triunfo del populismo
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Por más que el primer ministro británico, Boris Johnson, insista en que la crisis de abastecimiento en su país es provisional, la situación que vive el Reino Unido responde a causas profundas, principalmente a decisiones políticas erróneas sobre su relación con la Unión Europea. El Reino Unido está experimentando una crisis social porque sus líderes conservadores se abrazaron al populismo antieuropeo, sin calcular honestamente los costes que los británicos iban a tener que pagar en su nivel diario de vida. Es cierto que los problemas económicos, de una u otra índole, son comunes a una gran mayoría de países occidentales. Sin embargo, en los del Reino Unido hay unas circunstancias agravantes que son propias de este país. El Brexit está en el origen del caos que se extiende por suelo británico. Primero fueron los estantes vacíos en los supermercados, luego los problemas de distribución para la actividad industrial, y ahora, la falta de combustible en las gasolineras. Los episodios de violencia entre conductores desesperados por no tener gasolina para sus vehículos pueden ser aislados, pero también son muy sintomáticos de una irritación social creciente. Estas carencias inusuales en productos básicos se suman al cansancio por la pandemia del coronavirus, que no solo restringió la vida cotidiana de las personas, sino que también impactó negativamente en la actividad económica del país.
Las apuestas populistas no son recomendables en sociedades democráticas, industriales, bien asentadas institucionalmente y con encaje internacional en el ámbito que les es propio. El Reino Unido frivolizó con su pertenencia a la Unión Europea e idealizó un futuro aislacionista y endógeno. Llevó al extremo su orgullo insular, sin reparar en que la desvinculación con la Unión Europea iba a condicionar la vida de los británicos.
El Reino Unido ha perdido dos millones de trabajadores europeos, que se han ido empujados por las trabas pos-Brexit y también por el ambiente adverso al extranjero. Ahora, el gobierno conservador se apresura a facilitar visados por tres meses a los más de cien mil camioneros que necesita el país, oferta nada atractiva para el sector, ni por la brevedad del plazo ni por la situación general de incertidumbre. El mundo no vive hoy una situación que propicie la autosuficiencia, incluso para un país tan poderoso como el Reino Unido. La teoría de que «mejor, solos» es más fácil de pronunciar que de aplicar, sobre todo si está animada en un exceso de confianza en las posibilidades de uno mismo y un desprecio a la colaboración que los demás pueden prestar.
Las perspectivas económicas no permiten a Londres grandes alegrías. Hay un riesgo creciente de inflación en las economías europeas y al Reino Unido le supondría una agravación de sus problemas actuales. Tampoco sería razonable que desde la Unión Europea se viera esta situación de caos en el Reino Unido con complacencia, como un justo castigo a la decisión del Brexit, porque, por muy distantes que estén las posiciones, el Reino Unido sigue siendo una potencia europea y representa el atlantismo tan necesario para Europa en su conjunto. Sigue siendo necesario articular buenas relaciones económicas y políticas entre Londres y Bruselas, pero no vendría mal que antes se aplicaran una cierta cura de humildad los sectores políticos británicos que han empujado a sus compatriotas a un falso paraíso libre de Europa. Muchos británicos se preguntarán, ante los estantes precarios del supermercado o las gasolineras cerradas, pero también ante la ausencia de enfermeras y demás buenos profesionales de otros países europeos, si mereció la pena el Brexit.