EDITORIAL
El arte de mentir
En el pasivo de esta legislatura, el PSOE puede anotarse la degradación de la calidad de la vida pública española por su tendencia a la trampa en el ejercicio del poder
El Gobierno de Pedro Sánchez demostró el pasado martes, en el Congreso de los Diputados, que el fin justifica los medios en su peculiar sentido del poder. No dudó en meter en un mismo real decreto-ley cuestiones tan heterogéneas como la prórroga del uso de mascarillas en el exterior y la subida de las pensiones. La convalidación de la norma se jugaba a un ‘sí’ o un ‘no’, de manera que no cabía votar por separado cada propuesta. De esta manera, el Gobierno consiguió que su chantaje tuviera éxito, raspado pero suficiente, porque hubiera resultado muy difícil para la izquierda aliada dejar sin subida a los pensionistas por estar en contra, como lo estaba, del mantenimiento de las mascarillas en espacios exteriores.
La prórroga de esta medida es absurda en una sociedad que está vacunada por encima del 90 por ciento de la población y cuando el conocimiento científico de la pandemia tiene acreditado que el contagio en espacios públicos abiertos es muy bajo. Los expertos -estos sí tienen nombre y apellidos, y son verdaderamente expertos- están en contra de la mascarilla en exteriores. Al Gobierno no le importa, porque solo trata de aparentar iniciativas contra la pandemia, que no tienen eficacia relevante y que no superan la contradicción de que las mismas personas a las que se obliga a llevar mascarilla en la calle puedan quitársela en cuanto se sientan a comer en un restaurante. Solo es un artificio más del Gobierno, que tiene en sus antecedentes la inconstitucionalidad de los dos estados de alarma, del cierre del Parlamento y del abuso del ‘decretazo’. El Gobierno saca adelante sus trampas porque son eficaces, pero es el premio del astuto, no del inteligente; del trilero, no del que juega limpio. Se une a esta falta de consideración por la ética democrática la despreocupación del Gobierno de socialistas y comunistas por la legalidad y la constitucionalidad de sus actuaciones. Es un Ejecutivo que vive instalado en la quiebra del Derecho y la Constitución, confiado en que los plazos de respuesta de los tribunales, y particularmente del TC, sean tan largos que para cuando reciban el siguiente revés judicial se habrá consolidado una situación de hecho. De esto vive el Gobierno, de crear realidades ajenas a los cánones del Estado democrático y de derecho o a los comportamientos políticos de una calidad mínimamente exigible. No solo los estados de alarma son inconstitucionales, o se abusa del real decreto-ley; es que se añade, por ejemplo, la propaganda sectaria sobre una carta de la Comisión Europea que nada decía de apoyar la política gubernamental del reparto de fondos europeos. No hay tecla de la mentira que no pulse La Moncloa.
No es fácil mentir con tanta soltura. Hace falta predisposición y una conciencia laxa, que exija poco en términos éticos. El problema a corto plazo es que el hábito de tanto mentir se consolide y se extienda, y la sociedad española acabe aceptando que lo normal en nuestra democracia es que el político mienta, porque esa es su naturaleza y no puede funcionar de otra manera. En el pasivo de esta legislatura, el PSOE puede anotarse la degradación de la calidad de la vida pública española por su tendencia a la trampa en el ejercicio del poder. La estolidez de Sánchez hablando de aquellos nunca exhibidos ‘informes de expertos’ que asesoraban al Gobierno o que certificaban que sus decisiones habían salvado 400.000 vidas no fue una manifestación de escapismo ocasional, sino fiel reflejo de un método constante de gobernar mal, de malversar funciones públicas, de contaminar la vida institucional y de engañar a la opinión pública española.