Editorial
La amenaza populista crece
Las elecciones en Perú amagan con sumar a otro país al 'eje bolivariano', que tanto daño está haciendo a Iberoamérica y que pone en riesgo los intereses españoles en la región
La agónica pugna electoral que aún mantienen en el recuento de las urnas de Perú la conservadora Keiko Fujimori y el populista de izquierdas Pedro Castillo ha puesto de manifiesto, sea cual sea el escrutinio definitivo, la ruptura del país en dos bloques ideológicos radicalmente opuestos. El hecho de que Fujimori avanzase ayer que se plantea impugnar los resultados por sospechas de fraude es un indicio aparente de que, a priori, da las elecciones por perdidas. De este modo, y a falta del recuento final del voto extranjero –750.000 personas–, Perú puede estar a un paso de sumarse al creciente grupo de países de influencia bolivariana, cuya semilla se está extendiendo irremisiblemente en países hasta ahora más estables y refractarios a este tipo de movimientos. Con Perú en el alambre, y con la presión de amplios grupos de extrema izquierda o de corte chavista en Colombia y Chile, el panorama no resulta nada halagüeño en una zona del planeta en la que las convulsiones sociales se han acrecentado en los últimos meses.
El fenómeno no es casual. Hay un efecto contagio de emergencia radical proveniente de las zonas más pobres de algunas naciones. En ellas, el descontento social con la gestión de la pandemia y la recesión a la que no saben responder los gobiernos de partidos tradicionales han removido todas las estructuras políticas al uso. Perú es un caso especialmente preocupante porque la aparición de dos líderes populistas, cada uno a su manera, amenaza con someter al país a un periodo de profunda inestabilidad. Keiko Fujimori es hija del antes mandatario peruano Alberto Fujimori, quien actualmente sigue en prisión por graves casos de corrupción durante sus gobiernos. Y Castillo es un maestro de escuela con un ideario marxista y proclive a las tendencias antisistema que han empobrecido drásticamente a otros países de su entorno. El riesgo de que Perú se pueda sumir en una irreversible crisis institucional es alto si llega a convertirse en una sucursal más de países como Cuba, Venezuela o Nicaragua, siguiendo así la estela de radicalidad marcada en los últimos años también por Argentina y, sobre todo, por el México de López Obrador. Si a eso se añade la crisis que se está produciendo en Colombia o Chile, con sucesivos procesos de desestabilización interna contra sus legítimos gobiernos, o con iniciativas de reformas constitucionales planteadas exclusivamente contra el conservadurismo de la derecha tradicional, el cóctel amenaza con ser explosivo. Solo Ecuador ha aprendido de las lecciones del pasado para apartarse, al menos por ahora, de regímenes vulneradores de las libertades y los derechos humanos.
Es cierto que algunos gobiernos tradicionales liderados por partidos clásicos y moderados en esos países han fallado estrepitosamente porque no han sabido diagnosticar la creciente desafección ciudadana, ni la amenaza cierta que se cierne sobre sus democracias. Por eso hoy les acecha el populismo más irracional y decadente. Las repercusiones para España también prometen ser graves. No ha sido suficiente con la ofensiva de México, por ejemplo, para humillar a España con una visión anacrónica y distorsionada del colonialismo. Hay países que promocionan el odio contra España y nuestros intereses comerciales en el continente se ven amenazados por un intervencionismo drástico basado en expropiaciones, sanciones o penalizaciones fiscales. Incluso, algunas multinacionales españolas han empezado a retirar posiciones o a mostrarse más cautas. Si Perú, Colombia o Chile, exponentes de democracias consolidadas pese a todas sus dificultades, llegasen a caer en manos del 'eje bolivariano', el deterioro institucional de esos países está garantizado.