Editorial

Agredir a policías no puede ser un deporte nacional

La media de este año es de veintiséis agresiones al día, lo que demuestra la progresiva pérdida de autoridad de nuestros agentes

Editorial ABC

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Las agresiones de ciudadanos a miembros de las fuerzas de seguridad se están convirtiendo en una triste costumbre. La media de este año es de veintiséis agresiones al día, lo que demuestra la progresiva pérdida de autoridad de nuestros agentes, y una incomprensible permisividad de los poderes públicos. Con esas cifras, no se trata de ataques anecdóticos o residuales. Hay una creciente indefensión por el propio temor de los agentes a repeler las agresiones y a renglón seguido ser investigados, estigmatizados y apartados del servicio o, cuando ocurre con extranjeros, ser acusados además de represores racistas. Sin embargo, esto es lo que ocurre cuando alguien como Pablo Iglesias, que presumía de «sentir emoción» con las agresiones a policías, llega a la vicepresidencia del Gobierno. O cuando el ministro del Interior hace la vista gorda. O cuando un diputado de Podemos condenado por agresión se niega a abandonar su escaño. Si nadie se escandaliza, es lógico que los bárbaros se envalentonen. Pero ni es bueno para el concepto mismo de la autoridad, ni son buenas para una democracia tanta inacción e indolencia.

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