El dragón tras la puerta

Pedro Sánchez está resultando peligroso para su círculo íntimo. Pero, sobre todo, para los españoles

José María Carrascal

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Estamos hablando de los aforamientos, sin duda demasiados, de las tesis doctorales , llenas de agujeros, de los lazos amarillos, de las devoluciones en caliente de inmigrantes, de la inhumación de los restos de Franco , incluso del Gürtel, con comparecencia de Aznar en el Congreso, que suena a prehistoria. Y nadie habla de ese monstruo tras la puerta, o debajo de la cama, que es la desaceleración económica, apreciada por doquier: el alza de los precios de la energía (electricidad, carburantes, gas), el frenazo del consumo tanto doméstico como de las empresas, el aumento del paro, el frenazo en la afiliación en la Seguridad Social, que no auguran nada bueno a medio e incluso corto plazo. Como si no quisiéramos verlo, lo que puede ser cierto, pues mete miedo. Que los españoles tenemos alterado el sentido de valores, dando más importancia a lo secundario que a lo principal, es algo que comprueba quien eche un vistazo a nuestra historia y causa de la mayoría de nuestros fracasos. Aparte de que nuestros gobernantes se aprovechan de ello para ocultar sus errores y mantenernos entretenidos hasta que descargan la tormenta. Y entonces, se echan la culpa unos a otros o a los «imponderables».

¿Qué ha hecho el gobierno Sánchez ante el cuadro amenazador de nuestra economía? Pues lo que podía esperarse de un gobierno «progresista»: aumentar el gasto público, empezando por el del propio gabinete, y subir los impuestos «a los ricos», que, como sabemos, termina afectando a todo el mundo, al ser como una sangría a un tísico. Fue lo que hizo Zapatero cuando lo del «con nosotros no va la crisis» resultaba indefendible: gastarte los últimos ahorros en rotondas y aceras. Esta gente sólo sabe gastar, mal, además, y Sánchez ha enviado a su ministra de Economía a Bruselas, donde tiene buenas relaciones, para que nos autoricen aumentar el techo de gasto. Lo que significará más deuda y más intereses a pagar. ¿Qué importa, si de lo que se trata es aguantar hasta que llegue el momento de convocar elecciones y ganarlas? Y, si no se ganan, el que venga detrás, que arree. El presidente del BBVA advertía ayer en ABC de ello.

Ahora nos damos cuenta de para qué quería Sánchez un «gobierno bonito»: para que le rompieran la cara en vez de la suya. Ya le ha ocurrido a alguna ministra, costándole el puesto, y otras han recibido un buen sopapo, como la de Justicia, por creer que lo que se esperaba de ella era dejar a la intemperie al juez Llarena ante los tribunales belgas, o la de Defensa, por estar convencida de que un gobierno tan guay no podía vender armas a Arabia Saudí, por muy precisas que fueran, o precisamente por eso. En entredicho empiezan a estar el de Interior, por las devoluciones en caliente, y el de Exteriores, por los tejemanejes que se lleva su jefe en Europa y otras partes del mundo. Pedro Sánchez está resultando peligroso para su círculo íntimo. Pero, sobre todo, para los españoles.

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