Difícil de perdonar

Han machacado a Cataluña y distraído a España de sus problemas reales

Luis Ventoso

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El clan sedicioso nos entretuvo ayer con una mañana de vodevil –al estilo de la casa–, preñada de amagos, quiebros, rumores. Cambiaron como tres o cuatro veces su programa del día, porque ha comenzado el "Tembleque 155". Además nuestros animosos golpistas andan peleados. Cuperos y junqueristas quieren tirarse de cabeza a la piscina, aunque Mariano ya la ha vaciado. Pero a los convergentes, acostumbrados de siempre a flotar como el corcho y vivir como budas andorranos, les ha entrado la humana congoja. Abogan por una retirada táctica, un pelillos a la mar a cambio de unas pesetas y un parrafillo de jabón en la Constitución, algo que Sánchez les firmaría.

Por fin, a la taurina hora de las cinco de la tarde, compareció nuestro atribulado Puigdemont, la marioneta que maneja el revirado Junqueras. Pero nada hubo. Moisés se nos escaqueó con un centro-chut a la cancha del Parlament (a nadie le gusta ir al trullo, ni siquiera a un fanático). La República, la nueva Utopía, comienza a cobrar ribetes bananeros, demanda a gritos la cámara de Berlanga. La emoción de los catalanes ante el gran parto de los montes tampoco es que resulte precisamente indescriptible. Ayer, cuando se rumoreaba que Puigdemont podía salir al balcón de Sant Jaume para hacer un Companys y proclamar su independencia, abajo solo había una protesta teledirigida de estudiantes, que no lograron ni atestar una plaza donde solo caben 8.000 personas. Esto no es la Revolución de 1917, sino más bien la operación de un grupo de pícaros de 2017, que han encontrado en el separatismo un opíparo medio de vida. ¿Dónde iban a cobrar Anna Gabriel y demás tropa montaraz un pastizal como el que empaquetan en el Parlament, donde muchos diputados rondan los 8.000 euros brutos al mes? ¿Los iba a fichar Apple para llevárselos a Cupertino?

Contra el criterio dominante, y aunque todavía queda mucho griterío, soy un convencido de que ya han perdido. La partida quedó zanjada el día que La Caixa y el Sabadell se marcharon, abriendo un carrusel de fugas que ha mostrado a los catalanes lo que era el "procés": un puntapié al bienestar catalán. No ganarán nunca, pero resultará difícil perdonar lo que le han hecho a Cataluña y al resto de España. Han arruinado la convivencia entre los catalanes y han machacado sus leyes de autogobierno. Han puesto en jaque una economía que avanzaba viento en popa. Han destrozado la imagen de Cataluña en el resto de España y Europa. Pero lo más imperdonable son las energías que nos han hecho perder con su carrera a la nada, el coste de oportunidad. Mientras sudamos detrás de unos chiflados, no se abordan los problemas reales del país: el 47% de los españoles cobran menos de mil euros al mes, las pensiones no cuadran, la sanidad pide una reforma perentoria, algunas provincias españolas son desiertos demográficos, nuestras universidades no rascan pelota en los rankings de excelencia, que definen qué naciones dominarán el futuro... Asuntos que exigen urgente debate y pensamiento. Pero en España ya solo existe un tema: el separatismo y su esperpéntico egotismo. ¡Qué plomo!

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