Días de penitencia
Dice dedicar sus horas carcelarias a rezar y reflexionar. Hace bien
Oriol Junqueras ha enviado una carta extramuros a «The Times», periódico que está analizando el desafío separatista catalán con la misma ecuanimidad y acierto con que Nicolás Maduro recensionaría la obra de Friedrich Hayek. El venerable diario londinense no da una. Es víctima de un romanticismo miope, que lo lleva a enternecerse con la causa de los sediciosos como si se tratase de una novela de Hemingway y a desdeñar la legalidad española como si fuésemos la Guinea de Obiang. Algo hay también de desahogo de las propias frustraciones inglesas. El Brexit ha resultado un manifiesto disparate y los británicos se desfogan de su error con pellizcos a la UE, su adversaria en unas negociaciones a las que han llegado en la inopia. Realmente ni saben a dónde quieren ir.
En su carta al periódico del magnate conservador Murdoch, el ex vicepresidente izquierdista de la Generalitat y ex responsable de Economía cuenta cómo discurren sus días carcelarios. Junqueras detalla que dedica el grueso del tiempo a « reflexionar y rezar », y recalca su sólida fe católica. Un programa de vida acertado, pues tiene mucho en qué pensar y bastante por lo que pedir perdón. Puede reflexionar, por ejemplo, sobre cómo se puede combinar el catolicismo, la fe de Jesús, que predicó la fraternidad sin reservas, con el hecho de propugnar un credo político que aboga por despreciar a tus compatriotas de siglos por un mero prurito de superioridad. Sin ser tan pío como Oriol, detecto un caso flagrante de soberbia, el séptimo de los pecados capitales, según me enseñaron en mis lejanos días de catecismo (donde si fallábamos, un pacífico cura nos obligaba a traer a la próxima clase de Religión una bolsa de gominolas, lo cual, por supuesto, provocó de inmediato que nuestra malicia infantil lo motejase como Gominolo). También puede reflexionar el asceta de Estremera sobre si se puede ser católico y competir por el récord Guinness de Trolas Encadenadas . Oriol prometió a los catalanes que su República sería Dinamarca, pero hasta el bálsamo 155 aquello iba rumbo a Albania. No facilitó un dato contable a derechas. Con rostro de hormigón armado, hasta desmintió la fuga de empresas cuando la Caixa y el Sabadell ya habían iniciado la fuga en masa.
Oriol reza. Hace bien. Le queda larga penitencia hasta que un día se pueda perdonar el daño que su fijación xenófoba ha causado a los catalanes. Ha roto familias, ha acosado a los discrepantes, ha pisoteado la propia legalidad catalana y ha dejado la economía temblando. Ayer, por cortesía de Oriol y sus compañeros de gabinete, Barcelona (y España) perdieron la sede de la Agencia Europea del Medicamento: 900 funcionarios de altos salarios, 1.600 empresas asociadas, 30.000 visitantes anuales atraídos por el organismo y la posibilidad de dar alas a la clásica industria farmacéutica catalana. Todo se ha ido al carajo, porque el mundo real no compra ideas cejijuntas, no le gusta el provincianismo excluyente, ni las autarquías pueblerinas, el odio a España o la inseguridad jurídica de unos tunantes que creían que las leyes son de plastilina. Días de penitencia, hermano Oriol.
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