Editorial ABC

Desinformación, opacidad y caos

España responde a la tercera ola del virus sin mando único y con cada autonomía sometida a un laberinto anárquico. Es la otra pandemia de Sánchez: desinformación, opacidad y propaganda

ABC

La reacción del Gobierno a la tercera ola de la pandemia sigue siendo una inmensa laguna de desinformación, opacidad y propaganda. Desinformación, porque ya ante una Navidad inminente, ni Pedro Sánchez, ni Salvador Illa, ni Fernando Simón contestan a una sola pregunta de las muchas que tienen los ciudadanos, inmersos otra vez en una irritante sensación de dudas, incertidumbre y confusión. Y si no contestan a nada de lo que se les pregunta, solo puede ser por dos motivos: o no saben contestar porque su gestión es un ejercicio de improvisación constante, lo cual es grave; o no quieren hacerlo, lo cual es más grave aún -podría ser incluso delictivo-, porque demostraría que España no vive en un estado de alarma, sino en un estado de mentira permanente.

Junto a la desinformación, la opacidad es otra constante. Absolutamente nadie sabe ni cómo, ni cuándo, ni quién será el primer colectivo en someterse a las primeras vacunas que lleguen, a priori el día 27. Ni siquiera para eso Illa ha podido aclararse. Nada se sabe sobre cómo será el proceso de transporte, ni su almacenamiento, ni si disponemos ya de los lugares con las condiciones de frío necesarias, ni en qué momento comenzará su distribución masiva, ni sus condiciones de seguridad, ni en qué autonomías, ni con qué criterios… Más allá de generalidades como que serán colectivos vulnerables y sanitarios los primeros en recibir su dosis, el Gobierno se limita a repetir (ayer una decena de veces) que el reparto será «equitativo». Pero a día de hoy ni una sola autonomía sabe siquiera cuántas dosis recibirá en esta primera tanda, o si le llegarán más o menos en virtud de criterios de densidad demográfica, de edad media de sus ciudadanos, de deslocalización sanitaria… Nada de nada.

Y tras la opacidad, la propaganda. Este Gobierno es sospechoso de muchas cosas, pero de una es culpable: de ser una máquina de manipulación de la opinión pública a base de engaños masivos, y por eso Illa fue abucheado ayer. Si fuera por Sánchez, España sería solo víctima de una leve gripe con decenas de miles de muertos por circunstancias ajenas y no aclaradas. La Moncloa solo estará diseñando ya toda una parafernalia propagandística para que cuando llegue el día 27 Sánchez acuda raudo a un hospital a ser testigo del primer vacunado español. Entonces, el triunfo sobre el virus será mérito de su Gobierno y no de los investigadores, que en meses han hecho el trabajo de años para combatir la enfermedad. Hasta una buena noticia como el inicio de la vacunación, este Gobierno la convierte en un laberinto anárquico.

La realidad es tozuda. Ayer Illa dejó claro que aquello del «mando único» en el estado de alarma es ya historia. Se impone el «escaqueo único». Diez meses después, el Gobierno ha concluido que debía dejar de asumir cuota de desgaste y está consintiendo una Navidad a diecisiete velocidades, una por autonomía, que es precisamente lo contrario de lo que se comprometió a hacer. Unas comunidades quedarán cerradas y otras abiertas. Unas tendrán seis comensales a la mesa, y otras diez. En unas podrá acudirse a restaurantes y lugares de ocio y en otras no. Cualquiera que desee hacer un viaje familiar en los próximos días entre regiones deberá consultar el boletín oficial de cada una de ellas para saber a qué atenerse. Unas ponen multas, y otras no. Unas permiten la llegada de familiares y otras no por cierres perimetrales exclusivos. Días atrás, iba a ser la Navidad de los «allegados», y ahora solo será la Navidad del caos.

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