El desencanto

El nuevo ejecutivo parece tener prisa en colocar a los suyos

Pedro García Cuartango

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Parece mentira, pero sólo ha pasado un mes desde la investidura de Pedro Sánchez. Los cambios han sido tan vertiginosos que los seis años y medio de Mariano Rajoy al frente del Gobierno nos parecen tan lejanos como Romanones. La primera lección de lo sucedido es la provisionalidad de las cosas. Heráclito decía algo que es obvio pero que solemos olvidar: lo único permanente es el cambio.

Nada es para siempre y tampoco el nuevo Ejecutivo, que parece tener tanta prisa en ocupar el poder y colocar a los suyos. Esa urgencia no es más que un signo de debilidad. No tengo ninguna duda de que la forma de proceder de Sánchez en asuntos como el nombramiento del presidente de RTVE le acabará pasando factura.

Pero lo grave no es que el Gobierno haya podido equivocarse en algunos gestos y decisiones que ya ha anunciado. No, lo peor es la renuncia de Pedro Sánchez a cumplir su compromiso de una regeneración ética de la política y las instituciones, que fue su legitimación para presentar la moción de censura.

Confieso que, aunque era consciente de las dificultades para gobernar con 85 escaños, creí que Sánchez iba a adoptar iniciativas para acabar con algunas prácticas que han minado la confianza de los ciudadanos en la política: el enchufismo, los mecanismos de selección adversa, las puertas giratorias, la patrimonialización del poder, la corrupción y un largo etcétera.

Ya que no podía proceder a las reformas que necesita el país por carecer de mayoría parlamentaria, pensaba que Sánchez iba a centrar su agenda en esa regeneración de la que venía hablando desde el día que afeó a Rajoy su conducta en el caso Gürtel en aquel debate televisivo en la campaña electoral.

Mi sorpresa ha sido grande al constatar que muchas de las actitudes y las prácticas que le reprochaba con razón a Rajoy han sido asumidas por el propio Sánchez, que está alimentando las sospechas de que su discurso era una simple coartada para llegar al poder.

Sánchez tenía la legitimidad de quien fue privado de su cargo de secretario general del PSOE mediante una conspiración de palacio y de quien había logrado recuperar su liderazgo gracias al apoyo de las bases. Por eso, representaba una esperanza de cambio y de regeneración, una expectativa de una nueva forma de gobernar. Pero ese capital político se ha dilapidado en un mes, corroborando el penoso tópico de que el único objetivo de los dirigentes políticos, sea cual sea su ideología, es acceder al poder para disfrutar de sus privilegios.

Se suele decir que la Naturaleza aborrece el vacío. Pues bien, Sánchez se ha dado prisa en colocar a sus compañeros de partido en las instituciones, sin respetar ni siquiera las apariencias de mérito e idoneidad que supone cualquier nombramiento. Soy tan ingenuo que todavía le doy un margen de rectificación al presidente, aunque sólo sea porque confío en su olfato político y en que se dará cuenta de que su forma de actuar le va a conducir al desastre.

El desencanto

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