Isabel San Sebastián
Cortejo fúnebre
Pedro Sánchez ha iniciado un desvergonzado cortejo de Albert Rivera, que veremos aumentar en los próximos días, no por amor, sino por interés. Puro y duro. En ello le va no solo la posibilidad de presidir el Gobierno, sino el liderazgo de su partido, la escasa credibilidad que aún conserva y hasta la vida política. El asedio amenaza con derivar en acoso.
El candidato socialista necesita desesperadamente implicar de algún modo a Ciudadanos en su pacto de perdedores por tres razones. Primero, para blanquear con la presencia de los centristas el respaldo determinante de una formación como Podemos, populista, extremista, dudosamente democrática, financiada con dinero oscuro y dispuesta a trocear la soberanía nacional por comunidades autónomas. Segundo, para rematar su pretensión de escenificar en el Congreso de los Diputados el total aislamiento del PP, que se quedaría solo, o a lo sumo en compañía de algún grupúsculo menor, votando «no» a su investidura. Tercero, aunque no menos importante, para no traspasar la línea roja señalada por el comité federal, y en especial por algunos barones, opuestos a poner la bandera del puño y la rosa en La Moncloa a costa de abrazarse al separatismo.
El plan A de Sánchez es colocarse en el centro de un acuerdo con Podemos y Ciudadanos. El B será echarse en brazos de Iglesias y el separatismo
Después de sufrir los desprecios, ataques y descalificaciones más duros de cuantos se oyeron a lo largo de la campaña electoral por parte de los otros aspirantes, Rivera se ha convertido ahora en el novio al que todos hacen ojitos. El más guapo, el más listo, el más deseable, el más rico. El PP le pretende como pareja de baile con el empeño de sumar escaños y forzar juntos una abstención del PSOE. Este intenta llamarle como testigo de moderación, o mejor dicho coartada, en la boda que prepara con Pablo Iglesias. Pero ninguno de los dos, ni PSOE ni PP, está dispuesto a asumir lo que representa Ciudadanos: un proyecto de regeneración real de esta maltrecha democracia, previa consolidación de los pilares sobre los que se asienta, empezando por la unidad indisoluble de la Nación, sin renunciar al combate frontal contra la corrupción que ha destruido el honor de nuestras instituciones. Un proyecto que requiere de nuevas mentalidades, nuevas formas de actuación, nuevas personas limpias de toda sospecha.
Pedro Sánchez tiene prisa y va a intensificar las llamadas. Dispone de tiempo hasta mayo para ser elegido presidente o será depuesto en el congreso que no ha conseguido aplazar. Su plan A es colocarse en el centro de un acuerdo con Podemos y Ciudadanos, dando así satisfacción a sus rivales internos. El B será someterse a las condiciones rebajadas de Iglesias, Tardá (ERC), Homs (DyL), Garzón (IU), Esteban (PNV) y hasta Matute, la voz de Bildu en Madrid, que ya le ha prometido su apoyo. Él se juega la supervivencia. Ellos, la mejor oportunidad de su vida para alcanzar sus propósitos, ya que ni en sueños habrían pensado enfrentarse a un Gobierno tan débil y dispuesto a ceder al chantaje. ¿Se arriesgarán a otras elecciones a las que PP y PSOE puedan concurrir encabezados por otros líderes más solventes, proclives a entenderse por el bien de todos? Lo dudo.
Ciudadanos ya ha dicho «no» públicamente a la proposición deshonesta de Sánchez, a través de Girauta y de Rivera. No a cualquier fórmula en la que participe Podemos, activa o pasivamente. No a cuestionar España. Es una respuesta basada en los principios que sustentan al partido, y también una respuesta inteligente. Saben que aceptar ese cortejo significaría convertirlo en un último cortejo fúnebre.