El corruptor filantrópico

Andalucía funciona como un régimen de monopartido

Gabriel Albiac

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Desde muy pequeñitas, mis hijas me han escuchado este axioma moral hasta el empacho: los buenos son los malos. Deben de andar de mi machaconería hasta el gorro. Pero, ahora que son mujeres adultas, la experiencia les habrá ido enseñando que lo de su padre no era sólo una boutade de jugador con las palabras. La exhibición de bondad enmascara siempre perversas intenciones. Y el lema cristiano que habla de no dejar que la mano derecha conozca el bien hecho por la izquierda es más que un tópico confesional; es clave de la ética humana.

¿Existe algo peor que las buenas intenciones? Lo dudo. El ejemplo del desbarajuste metódico en la Andalucía de los cuarenta años PSOE es para mí definitivo. Del necio lugar común del bandolero generoso que reparte beneficios con los desheredados, a la sociedad más arruinada de la UE: la determinación causal está blindada.

A final de los años setenta, Andalucía era un territorio abierto a todas las promesas. Virgen, si se quiere. Pero con los elementos para alzar en él lo que el tópico de entonces describía como la «California española». No era sólo un tópico. Todo se conjugaba para hacerlo verosímil: las condiciones climáticas ideales para una industria turística eficiente; las posibilidades de cultivo con las que, al menos, Almería hizo el más espectacular despegue económico de la España moderna; la doble apertura al Mediterráneo y al Atlántico; la excelencia de las comunicaciones, a partir, sobre todo, de la puesta en marcha del AVE… Todo permitía lanzarse hacia una acumulación de capital que hiciera de la tierra andaluza la región más rica de España. Todo.

En vez de eso, vino el PER. Fue el primer claro peldaño hacia la ruina. Los socialistas de González y Chaves lo presentaron como una inmensa obra caritativa. Subsidiar masiva e ilimitadamente a la población podía parecer un humanitarismo admirable. Pero era sólo una bien medida estrategia de compra de voto. El viejo clientelismo caciquil de inicios del siglo XX se quedó en una niñería comparado con la contundencia con que el inmenso fondo de las ayudas europeas permitía forjar hegemonía política. ¿Para qué engendrar una trabajosa economía productiva, si la Junta y el Gobierno socialistas suplían con sus benevolentes fondos cualquier esfuerzo y riesgo? Y Andalucía no fue California. Fue Sicilia .

Los generosos bandoleros no acuñaron, bien es cierto, las fortunas inconmensurables de los Pujol en Cataluña. Pero malgastaron fondos aún más abundantes para producir rigurosamente nada. Nada de riqueza, por supuesto. Produjeron otra cosa, sí. Dependencia política. Y se supone que era de eso de lo que se trataba. Andalucía funciona, desde el inicio de la democracia, como un régimen de monopartido. De hecho. Monopartido generoso. Que no guarda tan sólo para políticos, sindicalistas y parientes, el beneficio de lo robado. Que reparte las migajas entre todos. Queridos bandoleros…

¡Queridos bandoleros, buenos pésimos, filantrópicos corruptores! En el banquillo, el miércoles.

El corruptor filantrópico

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