Editorial ABC
Contra la Corona, contra España
Los dirigentes separatistas reaccionaron ayer con saña a un discurso constructivo, dejando claro dónde están y dónde quieren ir
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La virulencia con que el separatismo catalán reaccionó ayer al mensaje de Navidad pronunciado por Felipe VI -ejercicio de moderación y contención ante la crisis institucional a la que se asoma España, precisamente como consecuencia del independentismo y de quienes le siguen el juego político- dio nuevas muestras de dónde está la tolerancia y dónde queda el frentismo. La Corona apareció en los hogares españoles como la institución vertebradora de un Estado que sufre los efectos de la inestabilidad política, de la ausencia de gobiernos estables y de un Parlamento a medio gas. Serenas y medidas, las palabras del Rey dibujaron el escenario de un gran país en riesgo de perder, o de seguir perdiendo, oportunidades por falta de confianza en sí mismo. Su advertencia frente a los extremos -el de la autocomplacencia y el de la autodestrucción- es un mensaje de hondo calado para una sociedad amenazada por populismos simplificadores. El Rey, como en su discurso de octubre de 2017, dice lo que la mayoría calla y asume un liderazgo patriótico que otros, igualmente obligados a asumirlo, rehúyen.
Todo el discurso estuvo asentado en la obligación de preservar la concordia, la Constitución y la cohesión social. Sólo quienes se han propuesto atacar estos valores deben sentirse aludidos y señalados por un discurso que resume las responsabilidades constitucionales que están depositadas en el Rey. Ayer no tardaron en hacerse las víctimas y los perseguidos. De Quim Torra a Ernest Maragall, pasando por Gabriel Rufián, los dirigentes separatistas reaccionaron con saña a un discurso constructivo, dejando claro dónde están y dónde quieren ir: contra el conjunto de los españoles y contra la mayoría de los propios catalanes. El interés general no puede estar en partidos que piden la ruptura de la unidad nacional, o la derogación de la monarquía parlamentaria, o el regreso a organizaciones predemocráticas. Las reacciones al valioso discurso real del 3-O de 2017 ya diferenciaron entre quienes abogan por la aplicación de la Constitución y quienes quieren sumir a España en el caos y la discordia.
La superioridad institucional de la Corona, símbolo de la unidad y permanencia del Estado, se proyecta en su función de arbitrar u moderar las instituciones de ese Estado, según el mandato expreso de la Constitución. Y esto es lo que algunos desearían silenciar, porque les incomodan sus verdades. La Corona sigue siendo la mejor certidumbre con la que cuentan los españoles en un tiempo de «deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones». No es extraño que quien así habla de España y así la defiende frente a toda clase de amenazas se transforme automáticamente en el objetivo a derribar por todos cuantos se han propuesto poner fin a la unidad y permanencia de España como Estado democrático y como nación unida.