Editorial ABC

Las consecuencias del 10-N

La alternativa es clara para mañana: o dar a España la opción de un gobierno serio y bien dirigido o sacar a nuestro país del circuito de las democracias europeas estables

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En las elecciones que se celebran mañana, los españoles van a decidir más que la composición de un Parlamento. Incluso más que las opciones de gobierno en las que pueden moverse el PSOE y el PP. Son unas elecciones en las que los votantes deben sentirse concernidos por la inflexión histórica que pueden suponer para el desarrollo del sistema democrático español. En primer lugar, España decide mañana su configuración ideológica, no tanto por los resultados adversos o insuficientes que vayan a obtener la socialdemocracia y el conservadurismo liberal, sino por la probable consagración de opciones que se presentan y que reclaman el voto para una impugnación populista de la democracia parlamentaria y del Estado constitucional de 1978. A esta situación se ha llegado, sin duda, porque la izquierda se liberó, de la mano del PSOE de Zapatero, de cualquier compromiso con los consensos constituyentes y abrió de la caja de Pandora del revisionismo histórico y la deslegitimación del régimen constitucional. A partir de entonces los sentimientos políticos extremos, a derecha e izquierda, han cuajado en dos formaciones que mañana pueden alcanzar un centenar de escaños, en el mejor de los escenarios contemplados por algunas encuestas. Ha sido el PSOE el que ha nutrido esa radicalización, alimentando su margen izquierda con discursos de los años treinta del siglo pasado, que también han exacerbado a una parte de la derecha instalada desde el comienzo de la transición en las coordenadas del orden constitucional.

Por otro lado, el votante decide mañana si de nuevo opta por la fragmentación desestabilizadora o recupera el sentido pragmático del voto para reforzar la capacidad del sistema parlamentario para formar gobiernos. El decaimiento del bipartidismo fue recibido como una muestra de pluralismo político, lo cual, aun aceptando que sea así, ha supuesto la mayor etapa de inestabilidad política desde 1978. Con cuatro elecciones en cuatro años, el experimento de la representatividad absoluta ha fallado. Ya saben los españoles a lo que conduce la dispersión del voto. Si las encuestas se confirman y los candidatos se mantienen a partir del lunes en los vetos recíprocos, habrá nuevas elecciones en el primer trimestre de 2020. El voto es libre, pero también responsable. España se adentra en una crisis económica, mientras subsiste, y se agrava, el desafío separatista en Cataluña. La Unión Europea se acerca al Brexit, mientras sufre tensiones centrífugas eurófobas. Iberoamérica está convulsa y el Mediterráneo, entre la presión migratoria, el polvorín de Siria e Irak y las revueltas populares, sigue siendo un foco de preocupación. La alternativa es clara para mañana: o dar a España la opción de un gobierno serio y bien dirigido para afrontar estas situaciones o sacar a nuestro país del circuito de las democracias europeas estables.

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