Isabel San Sebastián

Cómplices de la violencia

Un incesante reguero de mujeres asesinadas jalona el arranque del año, de la década, de los tiempos

Isabel San Sebastián

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Agentes del Cuerpo Nacional de Policía están entrevistándose con asesinos de mujeres , de las mujeres a las que amaron o dijeron amar, en busca de un patrón de conducta que permita establecer perfiles a fin de reconocer y combatir el peligro. Una labor muy loable, aunque insuficiente considerando el incesante reguero de muertes que jalona el arranque del año, de la década, de los tiempos.

Se habla de comisiones interministeriales, de pactos de Estado, de inversión en medidas de protección, de hacer algo que funcione, lo que sea. Los partidos de oposición, con el auxilio de ciertas asociaciones satélites, culpan de lo que sucede al que está en el Gobierno, arrimando el ascua a su sardina de manera obscena, como si la violencia machista tuviese color político o existiesen fuerzas más o menos deseosas de poner fin a esta lacra. Damos palos de ciego, o palos interesados en golpear al adversario en las urnas antes que en impedir que sea una mujer indefensa quien acabe asesinada. Hasta para hacer frente a una realidad tan atroz, tan desvinculada de ideologías, estatus sociales o capacidad económica, tan universal e injustificable, prevalece la mezquindad partidista sobre el sentido común. Porque esto es un problema de todos. De todos sin excepción. Y no atañe únicamente al legislador o al Ejecutivo. Nos compromete a todos y cada uno de nosotros.

Hay que decirlo alto y claro. Agresor solo hay uno (uno en cada caso, se entiende) pero cómplices, muchos . Y es hora de señalarlos. Cómplices de la violencia son, en primer lugar, los que se lucran de ella, se benefician del daño causado, viven y medran a costa de la sangre ajena. Los que producen y emiten programas de televisión en los que esa violencia está presente de forma latente y a veces incluso explícita, se considera normal, se acepta o induce sin recato con tal de subir la audiencia. Los que venden videojuegos o aplicaciones de móvil basados en conductas violentas no solo impunes, sino gratificadas, ensalzadas, premiadas abiertamente hasta convencer al jugador de que ser el más bestia es ser el mejor. Los que gestionan sin criterio ético alguno, sin la menor moral ni responsabilidad, redes sociales a través de las cuales circulan mensajes e imágenes terribles de violencia identificada a diversión y éxito; palizas comentadas, agresiones, humillaciones que merecen millares o millones de visitas merced a las cuales el protagonista de la "hazaña" logra fama y fortuna.

Cómplices en segundo grado son los que consienten en sus centros escolares el acoso de unos chicos por otros, mirando hacia otro lado, porque implicarse significa meterse en líos sin garantía de resolver nada. Los que asisten a una escena violenta en la calle, el rellano o el restaurante haciéndose los locos, como si la cosa no fuese con ellos. Los que acaban justificando de hecho una bofetada porque comprendieron y callaron cuando se trataba de insultos o desprecios.

El asesinato es el último peldaño de una escalera hacia el infierno cuyo descenso empieza mucho antes . Es la reacción desesperada del violento ante la rebelión de la víctima sumisa que un buen día, armada de coraje, decide plantarle cara e ir en busca de libertad. A mí no me cabe duda de que quien mata a su pareja es perfectamente consciente de lo que hace y actúa, por ende, a sabiendas. Lo que deberíamos plantearnos urgentemente como sociedad es hasta qué punto le hemos dejado claro a los demás que esa conducta es una aberración, una manifestación de irracionalidad salvaje incompatible con el mundo en el que queremos vivir. A menudo tengo la sensación de que vamos en la dirección contraria.

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