David Gistau
Como si fumaran
Fuera del discurso social, Iglesias no hace sino autoexcluirse
La visita de los líderes emergentes a La Moncloa dejó sensaciones diferentes, más allá de que todos tuvieran pinta de haber necesitado un GPS para llegar a ese siniestro recinto presidencial que a veces, visto desde el coche al buscar la A-6, recuerda un campo de concentración amable. La imagen de Rivera con Rajoy, aunque más aséptica y menos dotada de carisma, evocaba aquellas, a menudo obtenidas por Queca Campillo, en las que se aprecia que Adolfo Suárez y Felipe González se pasaron la Transición dándose fuego el uno al otro. Los líderes contemporáneos intercambian su tabla de gimnasia.
Para confirmar que en la historia todo es circular, regresen o no las cosas como farsa, aquellos Felipe y Adolfo compartían humo como sioux en un tipi en un contexto parecido al actual aunque de mayor trascendencia histórica: ambos tramaban cómo sacar adelante juntos la Constitución, impelidos por una emergencia de Estado, la de la fundación de una nación nueva y al mismo tiempo antigua, pero sabiendo que más adelante no habría en el poder espacio para los dos. Ésa es la posición en la fotografía por la que pelearon la semana pasada Schz y Rivera, con mayor provecho para Rivera, que logró por un instante que en la despedida pareciera que era Rajoy el que iba a subirse al coche para comprender en el kilómetro 53, recién pasado el túnel de Guadarrama en dirección a La Coruña, que acababan de echarlo de Moncloa.
Más entrañable fue el turismo por los intestinos de Moncloa que hicieron Iglesias y Errejón. Habrían querido parecer tipos que ya estaban buscando lugar para las portadas enmarcadas de «Granma» en el mural de la sala de conferencias donde están colgadas varias primeras páginas históricas de las cabeceras españolas. Pero más bien recordaban a esos muchachos ilusionados que, al hacer el «Tour» del Bernabeu, se sientan en el banquillo y posan junto a efigies de cartón de los futbolistas, soñándose por un momento parte de todo eso hasta que el guía los apura porque llega otro grupo. Errejón e Iglesias no sé, pero estos chicos pasan luego por la tienda de «souvenirs».
Fuera del discurso social, Iglesias no hace sino autoexcluirse. Tenía la oportunidad de desempeñar un papel semejante al de Carrillo en las fotos en las que los políticos salían fumando. Incluso podía así compensar la ambigüedad y la sensación de estar al pairo de su marca en el parlamento catalán. Pero es víctima de todas las veces que jugó a declarar culpable el «régimen del 78», cuya defensa bajo ataque se ha convertido en la prioridad política de la campaña. Sale de Moncloa y sólo se le ocurre diagnosticar una complicidad siniestra en este nuevo pacto por la Constitución con el que la historia vuelve a hacerse circular. Podemos queda sin papel en este simulacro electoral de Transición revivida. Pásense al menos por la tienda de «souvenirs», no sea que hayan ido para nada.