Rosa Belmonte

Cómo cocinar un lobo

Los monos a caballo dan miedo. Pero no está muy claro que lo hagan los tanques desplegados por las calles de Bruselas

ROSA BELMONTE

LOS monos a caballo dan miedo. Por culpa del cine y gracias a «El planeta de los simios». Aunque también da miedo Matías Prats diciendo «déjame que insista». Pero no está muy claro que lo hagan los tanques desplegados por las calles de Bruselas. Igual que la Policía Montada por la madrileña Ciudad Lineal no debía de inquietar mucho al pederasta al que agentes a pie, en coche o en despachos buscaban de verdad. Con esas medidas de pavo real se trata de impresionar y de hacer alarde de poderío. Exhibirse, mostrar que estamos haciendo algo. Alarde de un poderío seguramente tan falso como un decorado de Almería. Pero hay que ver lo bonitos y coloridos que son los uniformes de camuflaje de los soldados belgas. Con la literatura pasa algo parecido. Los escritores de éxito, los libros de éxito, suelen (o pueden) ser fachada. Otra cosa es que a la gente le gusten las fachadas. Mary Frances Kennedy Fisher (1908-1992) tuvo el lastre de escribir de comida. MFK Fisher sufrió el prejuicio de ser considerada una escritora menor por esa especialización que no era tal. El «food writing» del que ella fue pionera es un invento perfecto. Se trata de hablar de comida precisamente para hablar de la vida. De hambre y de amor. De viajes, colores y olores (en Dijon se le colaba el aroma del pan de jengibre de un horno cercano, un aroma pesado «como una cortina de felpa»).

Escribía «sobre qué comer y sobre la gente que come». Y de la vejez. Con conocimiento, ironía y humor. Procurando que la indiferencia no se infiltrara en la comida. En España se había publicado poco de la escritora de Michigan. Si acaso, «Sírvase de inmediato», «Un alfabeto para gourmets», «Ostras» y «No ahora sino ahora». Todas en los 90 y por Anaya & Mario Muchnik. Ahora se ha editado «El arte de comer» (Debate), que compila cinco de sus obras. Ese libraco que hace años nos traíamos de Estados Unidos aunque tuviéramos que sacrificar la compra de unos zapatos. Entre las obras ahí reunidas está «Cómo cocinar un lobo», de 1942, cocina para tiempos de crisis. Un título tan extraordinario como su vida. De su tercer matrimonio dijo que fue «corto y tonto pero divertido». Un día se fue a Hollywood. Se hizo amiga de los Hermanos Marx y escribió chistes para Bob Hope y Bing Crosby, pero su humor era demasiado refinado.

«La ostra lleva una vida terrible pero emocionante». Alguien que es capaz de escribir eso nada más empezar un libro es un talento superior. O esto otro: «Probablemente la cosa más misteriosa del mundo, hasta que no se rompe, es un huevo». Su abuela era muy religiosa y no creía en los condimentos. Ella sí. También en estar guapa en la cocina, por eso recomendaba tener un espejo. Para escándalo de los vecinos, cuando vivía en Vevey (Suiza), tiró un muro y comunicó la cocina con la sala de estar («de modo que la música y las conversaciones y los olores se muevan libremente por todos los sitios»).

Pese a la publicación en España, no parece que haya el peligro de que nos cansemos de MFK Fisher por sobresaturación. Seguramente no hay peligro de que algunos jovenzuelos leídos (tarde) de pronto averigüen su existencia como hicieron con Gay Talese y Chaves Nogales. Y se pongan a descubrir el fuego a quien lleva toda la vida delante de una chimenea. Ya podía W. H. Auden elogiarla desde su primer libro en 1937 («No conozco en Estados Unidos a nadie que escriba mejor que ella»). Seguirá siendo una escritora de esas que se dedican a escribir de comida. Igual que un periódico es facha y los tanques de la Grand Place asustan a los islamistas.

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