Una coalición latente
En una cosa al menos la izquierda española no va a ser vanguardia mundial

Dicen que se puede plantear cualquier cosa siempre que la presentación se haga con un traje oscuro. Esto no funciona para Pablo Iglesias, que ayer presentó en el Congreso un foro sobre la legalización de la marihuana con esas camisas suyas que parecen hechas para ... los monigotes de la DGT.
Es el primer paso para la elaboración de una ley que se discutiría en 2019 y que llega ya tarde, pues Canadá ha legalizado el consumo esta semana. En una cosa al menos la izquierda española no va a ser vanguardia mundial. Cuando el mundo quiere hacer algo lo prueba antes en Suecia y Canadá.
La legalización no estaba en la agenda de Sánchez, pero es que no hay constancia de que Sánchez mantenga una agenda. Además, la marihuana no será un problema. A los que no la fuman les da igual, y a los que la fuman les da igual con mayor motivo. A los políticos sí les gusta presumir de haberse fumado un porrillo. Es otra forma de demostrar que fueron a la universidad. «Experimenté con la marihuana una o dos veces. No me gustó y no inhalé», dijo una vez Bill Clinton.
Pese a estas pequeñas diferencias y a las eventuales dificultades, la relación de Sánchez con Iglesias es más de socio que de rival. Son como Pimpinela (que están ahora en España) pero sin ninguna necesidad de discutir. Si electoralmente están condenados a entenderse, ¿por qué no van a empezar a hacerlo ya? En una cumbre, el muy británico John Major felicitó a Helmut Kohl por ser capaz de liderar un gobierno de coalición: «Yo soy una coalición en mí mismo». Así está Sánchez, un hombre en coalición latente, aunque los apoyos al final estén ahí. Empieza a verse incluso una división de funciones. La visita a Junqueras, por ejemplo, es un gran trabajo para Sánchez, al que tampoco le viene mal aparecer como el suavizador de las propuestas y bríos de Podemos. Haciendo eso está encontrando un sitio político, un lugar por fin en el eje ideológico. Es el primer caso de alguien (que no entrara a caballo) que gobierna antes de que se sepa lo que piensa sobre cualquier cosa. En Moncloa, donde todos pierden la cabeza, él va encontrando su sitio.
Sánchez e Iglesias son complementarios. Un poco González-Guerra. Uno va de guapo, el otro de intelectual. Sánchez viaja, prueba helicópteros y cuando se descuidan se pone donde el Rey; Iglesias confía en Gramsci a largo plazo y cuando se relaja comienza a hablar como un primer ministro. Si colaboran, pueden gobernar durante años mientras la derecha se pelea por el palo de la bandera y reclama unas elecciones que no convocó Rajoy.
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