David Gistau

Chetos al poder

Macri tiene el submundo peronista metido en todos los meandros del Estado

David Gistau

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EL nuevo presidente de la Argentina, Mauricio Macri, pasó hace casi veinticinco años por el trance que más asusta a las clases adineradas porteñas: recibir trato de producto en la próspera industria del secuestro. Quedó la anécdota de que, durante las conversaciones con uno de sus secuestradores, éste se mofó de él cuando Macri le hizo una promesa: «Yo seré presidente de Boca Juniors y presidente de la Argentina». La promesa terminó de cumplirse este domingo, cuando Macri, después de una experiencia exitosa en la intendencia de Buenos Aires y de pretenderse un importador de las fórmulas liberales a la europea, se convirtió en la herramienta política elegida por una porción enorme de la polarizada sociedad argentina para desmantelar la acepción kirchnerista del Justicialismo. Sólo por esto hay un enorme alivio en Argentina, algo así como una descompresión en la espesa atmósfera militante y agresiva, en la triste decadencia recluida de una señora con complejo de víctima a la que en la última hora incluso empezaron a llenársele las bañeras de cadáveres.

Para ello, Macri tuvo que superar unos recelos sociológicos, los que el enorme aparato de poder peronista, infiltrado en los mismos cimientos de un estatalismo compasivo y subvencionador de su infantería, aventó contra un «cheto» (pijo) oligarca perteneciente a una hornada de acomodados que al entrar en política fue etiquetada como «Generación Conaprole», por la marca uruguaya de helados consumida en Punta del Este, donde veranea la élite porteña. La nueva primera dama argentina, que antaño lo fue de un conde belga, es una destilación perfecta de ese mundo: con ella, acaba otra cosa ya plomiza, las analogías con Evita.

El candidato oficialista, Scioli, trató de serlo menos –menos oficialista, no menos candidato– a raíz del asesinato del fiscal Nisman, cuando terminó de comprender que la cercanía con Cristina era tóxica. Jamás se disoció lo suficiente. En los días candentes del crimen, cuando el kirchnerismo organizaba actos de exaltación de la presidenta sospechada por todos, Scioli trataba de escaquearse, y era conminado a asistir. Resultaba hasta gracioso comprobar cómo intentaba diluirse en la segunda fila en el momento de las fotos. El asesinato de Nisman sirvió como excusa para desmantelar los servicios de inteligencia y crear otros controlados por cuadros de la Cámpora, la feroz juventud kirchnerista organizada alrededor de Máximo Kirchner. He ahí un inmenso problema para Macri, que no es un pardillo, puesto que creó su propio servicio de espionaje y escuchas. En un país donde la inteligencia sirve básicamente para hacer política por otros medios, en el que han proliferado personajes como Stiuso, Macri tiene el submundo peronista metido en todos los meandros del Estado. La cantidad de gente que estará ahora mismo pensando en cómo sabotearlo desde el principio, sin alcanzar todavía maximalismos como que empiecen a aparecer cadáveres en las bañeras.

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