Tribuna Abierta
La negación como salvaguarda de la libertad
Se supone que vivimos en una sociedad abierta y pluralista, pero el discurso público del «mundo libre» jamás ha estado tan habitado como ahora de pretensiones de absoluta e indiscutida conformidad
Nunca como ahora decir no tiene y tendrá tanto valor. Se supone que vivimos en una sociedad abierta y pluralista pero el discurso público del «mundo libre» jamás ha estado tan habitado como ahora de pretensiones de absoluta e indiscutida conformidad. El que disiente, no discute y mucho menos dialoga, se convierte de inmediato en «negacionista» del discurso que el poder genera y lejos de ser opositor se convierte en un cuasi-criminal.
Todos los que educamos, bien como padres o como profesores de cualquier disciplina y nivel, sabemos la importancia de decir no. No al deseo injustificado, no al conformarse con el cumplimiento ramplón del deber, no a iniciativas que no sirvan para una formación auténtica y así, un largo etcétera.
Por esto ahora como nunca es importante decir no a la pretensión de simplificar la política, la sociedad, la religión y la ciencia y todos sus infinitos terminales mediante discursos impositivos que no admiten réplica. De hecho, asistimos en distintos ámbitos y en los cinco continentes a la emergencia invasiva de unanimidades que pugnan no sólo por imponerse sino por callar y aislar al que disiente.
De modo que confrontarse con quien dice que no hay sexos conlleva la apostilla de odiador. Discutir que el machismo sea el principal culpable de la violencia a la mujer implica ser cómplice del que maltrata. Defender la caza te perfila como un verdugo. Afirmar la tradición taurina de dos continentes supone ganarse la condición de bárbaro impío y cruel. Pretender que los niños con necesidades especiales mantengan un ámbito educativo propio y distinto al de la educación ordinaria te convierte en segregador. Cuestionar el papel de la China comunista en la pandemia te transforma en xenófobo peligroso. Oponerse al derribo arbitrario de estatuas y al borrado sistemático y unidireccional de nombres que conforman la historia y el perfil de una nación adjudica, de inmediato, el sambenito correspondiente: negrero, fascista, inquisidor o lo que convenga a los comisarios neosoviéticos de la izquierda actual, globalista como siempre y totalitaria como nunca, cuya pretensión es impedir pensar, la perenne pretensión de los mayores tiranos de la historia.
Habrá quienes se apresurarán a decir compungidos que no basta con negar, que la reacción es siempre mala. Son los tontos útiles de las verdades a medias, del centrismo coartada de cobardes y excusa de oportunistas. Decir que no en el siglo XXI es la condición de posibilidad de abrir al individuo, a la familia y a cualquier sociedad a la grandeza de la verdad que requiere, también un sí esforzado, siempre en construcción y que nunca llega a poseerse del todo.
Los individuos, los movimientos políticos o religiosos, las corrientes artísticas que se atrevan a decir que no es muy probable que fracasen, que sean machacados sin misericordia por la ola gigantesca de mentira que el poder de turno alimenta, pero sin duda, su recuerdo y su ejemplo esbozarán la partitura de la victoria esperada de los que dicen sí al hombre, sí a su libertad, y, sí, a su destino transcendente que nunca podrá ser eliminado.
César Utrera-Molina Gómez es abogado.
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