Centro acuático
Cómo tirar a la basura 55 millones sin que pase nada
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Corría el año 2003 de la jubilosa era previa al gran crack. Madrid iniciaba el primero de sus tres intentos fallidos de organizar los Juegos Olímpicos . Para granjearse el favor del COI decían que era imprescindible presentar un proyecto competitivo; convenía comenzar a levantar ya los edificios. Por fortuna Madrid contaba con un nuevo y animoso alcalde, émulo del espíritu de los faraones que erigieron las pirámides de Giza . Con gran visión le echó el ojo a un secarral de San Blas, al Este del Gran Madrid, y ordenó levantar allí un estadio olímpico y las piscinas para la natación, el waterpolo y el trampolín. El llamado Centro Acuático fue presentado como «un espacio transparente, diáfano, versátil y ecológico». El alcalde, dotado orador, se vino arriba: «Esta Ciudad del Agua será un ejemplo de edificación sostenible, que respetará el ahorro energético». Incluso destacó que la construcción no dañaría la capa de ozono, por entonces el desvelo de moda. Tres enormes cajas de cristal. Una superficie de 120.000 metros cuadrados. Un hito. En 2004 empezaron las obras, con 136 millones de presupuesto y un plazo de 41 meses. «Mediante una arquitectura y un urbanismo nuevos pondremos en pie un nuevo Madrid». Aplausos.
En julio de 2010 las obras fueron «suspendidas temporalmente». Nunca se reanudaron. El invento se había disparado a 192 millones, un 41% por encima. Huelga decir que no hubo olimpiada. Tampoco piscinas. Los aficionados del Atleti que acuden al flamante Metropolitano -reconversión del fallido Estadio Olímpico - pueden admirar el enorme esqueleto del Centro Acuático . Los graderíos están hechos, también el hueco de la piscina olímpica. La obra yace muerta de risa, con vigilancia permanente a costa del erario público. El cadáver de hormigón podría dejarse tal cual y convertirse en una de esas «instalaciones con que nos interroga el arte moderno. «Arquitecturas del despilfarro» sería un buen título. El comisario de turno podría escribir algo así en su catálogo razonado: «Guiados por una mirada que ha congelado la forma a su paso, recorremos una obra que nos enfrenta a las siluetas del mundo exterior y a las sombras que deja el hombre» (la frase la he copiado al albur del prefacio de una exposición de escultura).
Ahora se intenta que el Atlético de Madrid se haga cargo del naufragio del Centro Acuático, reconvirtiéndolo en residencia para sus futbolistas. Despilfarros similares se repiten por todo el país. En Huesca existe un aeropuerto que costó 40 millones y el mes pasado marcó un récord Guinness : un pasajero. En Santiago hay una impecable terminal abandonada, porque a un ministro rumboso le dio por lucirse en su tierra levantando otra superflua. Se han construido autovías vacías, monumentos ridículos, museos huecos, canchas de fútbol de hierba sintética en parroquias de ancianos, centros de interpretación de la castaña, la abeja y la fauna rupícola de Puerto Peña . Se nos llena la boca hablando de corrupción. ¿No es corrupción dilapidar 55 millones del dinero de todos en un Centro Acuático del que nunca más se supo? ¿Para cuándo leyes que obliguen a responder a quienes queman el erario público en proyectos descabellados?
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