La Cataluña callejera

Cada vez que el independentismo ha despreciado a España, Cataluña ha visto reflejadas todas sus miserias en el espejo de su complejo de inferioridad

Salvador Sostres

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La Cataluña callejera que pone y quita lazos es una mala Cataluña. Cualquier asunto callejero es funesto, y siniestra cualquier apelación a la calle. El independentismo, sin estrategia y sin ideas , se ha puesto a callejear como si no hubiera aprendido de la Historia que cada vez que se alía con la extrema izquierda para tratar de alcanzar sus objetivos acaba derrotado, exiliado, reprimido y ejecutado .

Cada vez que los catalanistas han acusado a sus adversarios de fascistas, sus adversarios se han valido de los fascistas para aplastarles. Cada vez que el independentismo ha despreciado a España, Cataluña ha visto reflejadas todas sus miserias en el espejo de su afectación y su complejo de inferioridad. Cada vez que el nacionalismo ha jugado a provocar al Estado, el Estado ha actuado como tal y ni el victimismo disfrazado de las más hermosas canciones ha podido disimular el ridículo histórico, la incompetencia y la orfandad.

Es normal que los lazos amarillos en el espacio público molesten a los catalanes que no son independentistas. Lo que resulta inconcebible es que no indignen a los secesionistas, ni que los que de verdad creen en esta idea, y estarían dispuestos a sacrificarse por ella, no se sientan profundamente ofendidos por esta usurpación tan barata de sus sentimientos.

Los lazos amarillos, como la pantomima, también callejera, de los CDR, son síntomas de la derrota y de la humillación que el independentismo se ha propiciado a sí mismo por incompetencia y cobardía. Hasta que este circo emocional de vendedor de pócimas no subleve al propio público al que intenta engañar, el autonomismo continuará siendo el redondo y suculento negocio de siempre, con la inestimable colaboración de la España más exaltada, que reaccionando como histéricas a cada simulacro, dan credibilidad a la farsa y así la turba continúa encendiéndose inútilmente en el engaño.

La Cataluña callejera es el peor presagio. Es la vieja retórica de la Fai contra la Falange, el más deprimente resumen de la barbarie. La Cataluña de los lacitos es la del empresario que cuando un negocio le va mal, en lugar de cerrarlo, por tratar de no perder lo que ha invertido, acaba arruinándose gastando toda su fortuna en lo que ya se veía que no iba a funcionar.

El independentismo tuvo su oportunidad los días siguientes al 1 de octubre y en aquellos días demostró que si no ha conseguido su objetivo es porque no lo ha querido, y por lo tanto no lo merece. El simulacro amarillo sirve para entretener a tantos y tantos catalanes que prefieren vivir en la ensoñación de que ellos son perfectos y España la encarnación de cualquier mal, mucho antes que tener que enfrentarse a su comodidad, a su día a día necesariamente español, y a la profunda hondura de su mediocridad.

La batasunización light de Cataluña nos adentra en un estéril intercambio de odios e indigencias que sólo beneficia a los que han sabido hacer de esta herida -de Pujol a Torra y Puigdemont- el gran negocio de sus vidas.

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