Rosa Belmonte

Cabezas de chorlito

Lo más chusco de Pedro Sánchez es su querencia por ir al revés. Un tipo con freno y marcha atrás, como los corazones de Jardiel

Rosa Belmonte

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Lo más chusco de Pedro Sánchez es su querencia por ir al revés. Un tipo con freno y marcha atrás, como los corazones de Jardiel. Con caídas del guindo en dirección contraria, contraviniendo la teoría de la gravedad. En su absurdo discurso de cafetería, ha rememorado uno de los puntos débiles en el pensamiento del siglo XX: la tolerancia de los intelectuales occidentales ante el comunismo. Eso que tan bien cuenta Martin Amis en «Koba el Temible», donde carga contra su propio padre, Kinsley («lacayo del Komintern»). Y no es que esté llamando intelectual a Sánchez, claro está. «En el primer Comité Federal taché a Podemos de populistas. No sabía exactamente qué era Podemos. No supe entender la cantidad de gente que quiere renovar la política y está detrás de Pablo Iglesias», dijo a Évole en el HD (no sé si volveré a comer yuca y sándwich de pollo empanado allí). No sabía qué era Podemos. Cielos. ¿Y qué ha descubierto con sus rayos X a lo Ray Milland en la película de Corman que los demás no veamos?

TVE acaba de cumplir 60 años. Pero deberíamos acordarnos de que el 20 de marzo se cumplieron 40 de la entrevista que José María Íñigo hizo a Aleksandr Soltzhenitsyn. Nombro a Íñigo y me vienen a la cabeza otras imágenes absurdas. Pedro Sánchez pidiendo ayuda a Telefónica recuerda a Libertad Leblanc suplicando por un teléfono (y el pecho fuera) en «Esta noche… Fiesta». Pero iba a la entrevista en «Directísimo» al escritor ruso y Premio Nobel de Literatura. «Vosotros habéis escapado a esa experiencia, no sabéis qué es el comunismo, tal vez para siempre o tal vez por ahora. Vuestros círculos progresistas llaman dictadura al régimen político existente en vuestro país. Llevo diez días viajando por España. Viajo desconocido por todos, observo la vida, miro con mis ojos. Me asombro: ¿Sabéis acaso qué es una dictadura, a qué se aplica tal palabra? ¿Comprendéis qué es una dictadura?». Y empezó a dar ejemplos y comparar: los españoles no están atados a su lugar de residencia, los españoles pueden salir libremente al extranjero, en los kioskos hay periódicos extranjeros, funcionan las fotocopiadoras… Los periódicos conservadores estuvieron encantados con lo que dijo. Y Juan Benet escribió: «Yo creo firmemente que mientras exista gente como Aleksandr Solzhenitsyn perdurarán y deben perdurar los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados a fin de que personas como Aleksandr Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco de educación, no puedan salir a la calle». Ole, ole y ole. Y así tanta gente en una época no tan lejana.

Ahora a la vejez vienen los de Podemos a hacer de Benet. Y hasta el moderado Errejón tuitea esto el sábado pasado: «Hoy es un día de vergüenza y estafa democrática. Un abrazo a quienes están llenando la calle diciendo que nuestro país no se rinde». Algunos de los que llenaban las calles (y no era esa gente joven de la que hablaba Sánchez) llevaban chapas de «No a la guerra». Como las misses de toda la vida o Concha Piquer en la entrevista de «Cantares» con Lauren Postigo desando la paz en el mundo. Como Stan Laurel en «Cabezas de chorlito» (1938). Iba a ser la última película del Gordo y el Flaco, pero cambiaron de productor y rodaron doce más. Lo mejor es el principio. Al acabar la Primera Guerra Mundial, Stan vigila su posición pero no le avisan de que ha acabado la guerra y 20 años después ha cavado una trinchera de tanto ir para un lado y para otro patrullando. Pedro Sánchez es como Stan patrullando en su Peugeot. Sin saber que se ha acabado la guerra.

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