Editorial ABC

El Brexit no debilita a la UE

A partir del 1 de enero, todas las cuestiones entre Gibraltar y la UE deberán contar con el visto bueno de España, lo que representa un avance histórico para nuestras posiciones

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La desconexión definitiva del Reino Unido de las instituciones europeas tendrá lugar finalmente este primero de enero, casi cuatro años después de que el entonces primer ministro británico anunciara su idea de convocar un referéndum sobre la continuidad de su país en el seno de la Unión Europea. Han sido casi cuatro años de zozobra e incertidumbre, desperdiciados en nombre de una iniciativa que en mala hora David Cameron decidió llevar a la práctica y que ha colocado a su país en una situación que ya entonces habría sido interpretada como dramática. La economía británica ha perdido parte de las ventajas que tenía por pertenecer al mercado único; las islas perderán gran parte de ese atractivo sobre los jóvenes bien formados de toda Europa que hacían de Londres el escenario de sus sueños; en Downing Street reside ahora un estrambótico populista que seguramente tardará mucho tiempo en mudarse, y los escoceses tienen el argumento definitivo para pedir un nuevo referéndum de independencia. El tratado de libre comercio que Londres ha acordado para que entre en vigor a partir del 31 de diciembre a medianoche no es más que un instrumento para intentar reducir los inevitables perjuicios que para unos y otros tendrá esa separación, sobre todo para los británicos. Teniendo en cuenta que por encima de los discursos está la geografía -y que salir de la Unión Europea no significa salir físicamente de Europa-, durante las próximas décadas es muy probable que todo lo que suceda en estas relaciones vaya a servir para ir reconstruyendo los lazos que ese populismo nacionalista inglés ha querido cortar irracionalmente. No tiene sentido que los viajeros británicos que lleguen al continente tengan a partir de ahora que obtener primero un permiso de conducir internacional porque el suyo ya no se reconoce, o que deban llegar con un seguro médico porque la tarjeta europea de la seguridad social ya no sirve. A nadie, por poner otro ejemplo, le puede parecer sensato que haya que volver a recordar el significado de la palabra roaming en materia de comunicaciones telefónicas. Es muy probable que con el tiempo este tipo de relaciones pueda ser reconstruida, hasta llegar a una situación en la que todo vuelva a ser muy parecido al statu quo actual, salvo que los británicos ya no estarán en las instituciones y, por tanto, no participarán en la toma de decisiones de los asuntos que les incumben.

Las negociaciones han dejado abierto el capítulo de los servicios, que a partir de ahora se regirán por normas internacionales básicas. Emblemáticas empresas españolas se beneficiaron de su presencia en el mercado británico, y ahora deberán reajustar sus posiciones en el mercado financiero. Visto como una oportunidad, es el momento de que el sector financiero europeo intente ocupar el espacio que la City va a dejar vacío en los próximos años, para atraer un sector que resulta esencial para la economía británica, pero que ha perdido ya el acceso directo al mercado europeo.

Para España, sin embargo, se abre un capítulo inexplorado en la cuestión de Gibraltar. A partir del 1 de enero, todas las cuestiones entre la colonia británica y la UE deberán contar con el visto bueno de España, lo que representa un avance histórico para nuestras posiciones. Es de esperar que el Gobierno sea capaz de manejar esta oportunidad con lucidez y clarividencia en lugar de optar por la complacencia y las cesiones. El futuro de Gibraltar va a depender más de España que del Reino Unido, y sería interesante explorar el modelo de Irlanda del Norte y las cesiones que ha tenido que hacer Londres para buscar paralelismos que nos convengan y cerrar este anacronismo colonial.

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