Luis Ventoso

El «bertinazo»

Los televidentes observaban pasmados que el tal Mariano es un tipo agradable

Luis Ventoso

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Los periódicos son los que piensan, pero las elecciones las gana la televisión, a la que los españoles dedican la friolera de casi cuatro horas diarias. Algún cerebro o cerebra de este Gobierno propició de manera extraña, nunca bien explicada, un modelo televisivo que resultó un tiro en el pie para las opciones electorales del partido conservador. Incluso surgió algo insólito en las democracias de nuestro entorno: canales consagrados de sol a sol a zumbarle a una ideología. En ellos nació y medró Iglesias, hasta que le rebanaron un poquillo la coleta, y allí se saca lustre ahora a Rivera. Existe un boletín diario de humor cuyo único chiste viene a resumirse así: Mariano es un merluzo. De propina, difunden una imagen agónica de nuestro país (a veces desde cadenas de capital foráneo), que explica el anómalo derrotismo que atenaza a una de las naciones con mayor calidad de vida y la segunda donde más viven sus ciudadanos, solo superada por Japón.

Mientras Iglesias y Rivera tendían sus sacos de dormir en los platós y Sánchez imploraba bolos por todos los programas de variedades, Rajoy se limitaba a sus notariales alocuciones gubernativas, donde una doliente carencia de brillo oratorio lo lastraba. Pero al final alguien –él cuenta que fue Viri, su mujer– le ha dicho: «Mariano, machiño, espabila que te estás quedando fuera del baile y te van a mover la silla». Y allá se fue, a trancas y barrancas, al exitoso confesionario de Bertín, exgalanzote y excantante romántico, próspero empresario del gazpacho, al que adornan tres cualidades infrecuentes en la España actual: está siempre de buen humor, es afable y rehúye el tremendismo apocalíptico.

Rajoy aterrizó en el sofá donde antes se había sentado Sánchez y se transformó en Mariano, al que resultó que los españoles no conocían. Su pinta ya anticipaba de qué iba la cosa. Frente al porte entallado y prieto de la nueva política, Mariano navegaba en una camisa blanca que le quedaba floja y vestía el inefable pantalón gris de tergal de los uniformes escolares del siglo pasado. Hablando se mostró como un señor tolerante, dueño de un sentido del humor zumbón y atlántico, que muchas veces no se entiende en una España donde el patrón del gracejo es el meridional y no la zorruna ironía gallega. Sobre todo se percibió que está vacunado contra el virus que tan empalagosos vuelve a nuestros jóvenes teleprofetas: el egotismo, el enorme súper yo. Se intuyó a un veterano de pasado parrandero, que se curró la noche de Sanxenxo cubata de vaso de tubo en mano, hasta llegar a un matrimonio tardío (fue sonado que el Fraga tronante le dio una orden para hacer carrera: «Usted, Rajoy, ¡cásese y aprenda gallego!»). Rajoy no es un creador, ni un pensador ni un poeta. Le gusta más un partidazo que un buen libro. Es un administrador, un funcionario. Pero, pese a sus carencias, resulta moderado y tranquilo, fiable.

Nadie contaba con el «bertinazo». Todo un golpe electoral, como prueba el hecho de que la intolerancia tuitera y el pensamiento global le reprochan espantados que haya ido a la tele. Eso sí: no había problema mientras Rivera, Iglesias y Sánchez desayunaban, merendaban y cenaban en ella.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación