David Gistau

Avistamientos

David Gistau

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Soy un observador habitual de la socialdemocracia. Esta afición tiene, respecto de la ornitología, el inconveniente de que rara vez se contempla un apareamiento, pero la ventaja de que no hace falta salir al campo. Con este frío. En los avistamientos socialdemócratas, el apostadero es el café. Asisto en los últimos días a una mutación en la opinión socialdemócrata, a una resignación a la deglución por parte de Podemos. Se acabó la resistencia, salvo algún foco de la vieja guardia felipista, acribillada por esos adjetivos que los podemitas usan como estrellas ninja. Ya nadie hace pedagogía de los signos distintivos de la socialdemocracia, un gran invento, lleno de calidez para la conciencia, de suave narcisismo moral, de la Europa posrevolucionaria que entró en España por Suresnes.

Asisto a una mutación en la opinión socialdemócrata. Se acabó la resistencia, salvo algún foco de la vieja guardia felipista

La rendición socialdemócrata cumple el propósito por el cual Stalin inventó el concepto de Frente Popular que hizo fortuna en España y Francia: en aquellas naciones donde el acceso al poder no pudiera lograrse mediante un asalto revolucionario de los cielos, había que infiltrarse usando de modo parasitario la máscara amable y democrática del socialismo. Alien y el octavo pasajero. La nave Nostromo es Ferraz. Y la vicepresidencia de Iglesias es la advertencia distópica de a qué está abocada ahora la predisposición cultural española a la dependencia del Estado proveedor, con sus cláusulas de sumisión y alienación. No falta ni el Ministerio de la Verdad.

La rendición socialdemócrata rezuma alivio. Los profetas socialdemócratas están programados para existir contra la Derecha en términos maniqueos primarios. Era demasiado complejo ese antagonismo con otra acepción de izquierda que además les robó el monopolio de la Gente y la presunción de pureza y de superioridad moral. La evolución hasta la entrega definitiva es apreciable en los artículos de opinión socialdemócratas sobre las provocaciones escatológicas de la nueva política, de las cuales la última es el padrenuestro sexual. La socialdemocracia al principio protestaba por esas ocurrencias, le parecían hostilidades innecesarias e incluso revolvían su propio instinto de burguesía ilustrada. Hasta que ha comprendido que esas cosas de «épater les bourgeois» sirven para identificar reaccionarios, pues sólo ellos se ofenden. Ya está por tanto el bloque bipolar, hemipléjico, de las dos Españas de nuevo constituido por el retorno, a contrapelo de los tiempos, de la izquierda del 34. La socialdemocracia aguantó mientras pudo, en esa «tierra de nadie» en la que ni siquiera llegó a darse cuenta de que defendía la conexión con la contemporaneidad de una democracia europea homologable con Mitterrand y Palme. La que entró por Suresnes, insisto. La que dejó de odiar y de reducir. En estos ciclos nuestros, el primer derrotado siempre es el tercer español. Aunque todavía no se haya cerrado el pacto fáustico de gobierno, la socialdemocracia ya ha renunciado a encarnar ese papel. Es más sencillo entrar en la barahúnda del odio al reaccionario.

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